Blanca García Álvarez

De aquí y de allí

Blanca García Álvarez


El arte de la palabra

28/09/2023

Fui a ver una exposición a una de estas galerías de paredes blancas, luces sutiles y marcos negros con paspartús sepias. «Es un poeta visual» -me explicaba mi amiga la fotógrafa sobre su artista favorito- «No pone título a sus obras para que cada uno la entienda como quiera». Unas horas antes, le estaba explicando a la misma persona la sesión de investidura de juguete y le costó bastante más entenderlo que una exposición de arte abstracto. Y no la culpo. Soy de las que conoce el reglamento de la Cámara por gusto, y también hay cosas que no entiendo.

He conocido a suficientes diputados como para defender una idea bastante impopular: tenemos grandes profesionales representándonos en un sistema catastrófico. A esta difícil situación se suman unas primeras espadas que dejan que desear y los constantes ataques a un proceso legislativo ya de por sí complicado.

La semana pasada vimos cómo se aprobaba una norma bajo las reglas futuras, en vez de las existentes; y esta, como en el templo de la palabra, daba igual lo que se dijera, porque nadie escuchaba. Así ocurre que todos los que sentimos las Cámaras como lugar sagrado de nuestra democracia y aquellos que dejan sus profesiones por una vocación de servir a su país (bajo cualquier ideología), terminemos como el resto de la ciudadanía: sin afección por la política, sin interés por trabajar por España y restando importancia a las tradiciones que soportan nuestro Estado de Derecho.

No entiendo la defensa del exalcalde de Valladolid en un debate de investidura. Tampoco la negación a respetar la Constitución, en su totalidad. Y mucho menos nuestra capacidad para aceptar que nuestros legisladores se conviertan en trozos de carne sin intereses, ideas o posiciones diferentes, aunque compartan grupo parlamentario.

La primera vez que entré en el Congreso, lloré. Fue uno de los días que guardo con más cariño en mi carrera periodística. Allí se construía mi país. Allí se hacía La Historia (con mayúsculas). Allí estaba yo, una don nadie. Y allí, ya no es la Cámara de las ideas, ni del debate ni del consenso. Ya no rige el arte de la palabra.