Hace unos días la princesa de Gales rompió su silencio al anunciar en una grabación que padece cáncer y está recibiendo quimioterapia. De este modo ponía fin a una ingente oleada de rumores que, ante su prolongada ausencia, divulgaron desde su propia muerte a posibles desavenencias conyugales. Otro triste episodio en el folletín interminable de la monarquía inglesa.
El caso es que ha sido morirse Isabel II y la familia se ha hecho añicos. Son seres humanos y sus problemas de salud merecen, por supuesto, todo nuestro respeto. Pero no tanto ese halo divino que parece separarles de los mortales y que hace de la monarquía una institución trasnochada. En un país que ha consagrado tantas libertades, resulta patético tanto privilegio y tanto secretismo, algo que choca, por otra parte, con la larga lista de escándalos que han protagonizado. No debe extrañar, aunque sea lamentable, que la imaginación mediática y popular se dispare.
Porque las monarquías han alimentado más leyendas, romances y coplas que páginas de la Historia. Y casi siempre por problemas del corazón o de cintura para abajo: recuerden a Enrique VIII y Ana Bolena, que provocaron el cisma con la Iglesia de Roma, la renuncia al trono del Duque de Windsor o el triste culebrón de Lady Di, que todavía planea sobre la familia y sus súbditos. Aquí también hemos ocultado muchos desmanes de la realeza hasta que Juan Carlos I batió todos los récords e hizo imposible seguir protegiéndole. El otro día vi en Madrid El rey que fue, un montaje teatral de Els Joglars sobre el Emérito realmente penoso, no solo por su ínfima calidad artística sino por el mal gusto que deja la catadura moral del personaje. Me dirán Uds., y con toda razón, que no le va a la zaga el gallinero político actual, que da vergüenza ajena. Pero estos, antes o después, tienen que pasar por las urnas, y allí les podremos atizar.
Kate, princesa de Gales, es una mujer, esposa y madre que, como tantos millones, padece cáncer. Su aparición, confesando su situación, no la convierte ni en una heroína ni en alguien con más valentía que tantas otras mujeres que enfrentan la enfermedad con muchos menos medios. Pero sirva su confesión para desearle lo mejor, recordar el alto número de casos que tenemos todavía en España- casi 300.000 en 2023- y reclamar la mejor atención de nuestra Sanidad Pública para todos ellos. Sin distinciones.