Ahí está todas las mañanas desde hace varios años junto al antiguo molino del Arandilla, en plena helada durmiendo sobre unos cartones y envuelto en unos plásticos que, se supone, le resguardan de la humedad y rodeado de sus objetos. O ese otro que desde hace años mendiga unas monedas por las noches en plena calle Isilla y duerme donde puede.
Son los desconectados del sistema y los vemos a diario especialmente en las grandes ciudades. En Madrid decenas de ellos duermen por las noches en los soportales de la Plaza Mayor, bajo los pasos elevados o en plena Gran Vía. Cerca de treinta mil en España según los expertos. Pero ¿qué tipo de sociedad es esta que es incapaz de proporcionarles un techo y un lugar para descansar seguros con un mínimo de comodidad, al menos durante la noche? Una sociedad que tira a la basura una cuarta parte de los alimentos que compramos y/o producimos.
Y frente a ellos, o junto a ellos, todas esas familias en situación de máxima vulnerabilidad que perciben ayudas procedentes de ayuntamientos y ONGs, como la buena gente de Cáritas y otras organizaciones que les reparten alimentos o ayudan a pagar su alquiler. Me aseguraba con rotundidad una conocida que el Estado español había firmado un acuerdo con el de Marruecos por el que nuestro gobierno pagaba la mitad del alquiler de los inmigrantes procedentes de ese país y que, además, les pagaba un tanto por cada hijo que tenían. Naturalmente no es cierto, ningún extranjero tiene derecho a ninguna ayuda a la que no tengan derecho los nacionales. Pero esos bulos los hemos escuchado muchas veces y en muchos lugares. Lo que sí que es cierto es que nuestro Ayuntamiento subvenciona a algunas familias en grave riesgo de pobreza, pero independientemente de su nacionalidad.
Por eso y para evitar la propagación de bulos muy dañinos nuestras autoridades nos deberían de informar convenientemente.