Ahora que ya ha pasado el bullicio del verano y que se esfuma la burbuja que envuelve a un sinfín de pueblos de toda la provincia, toca volver a la cruda realidad. Y esta vez se puede hacer aún más cuesta arriba, al menos en el ámbito sanitario, donde se avecina un otoño un tanto caliente. Faltan médicos en las zonas rurales. No es novedad. Pero sí que recientemente se han jubilado varios que trabajaban en localidades de la Ribera del Duero y que está por ver qué pasa. De momento, alcaldes y vecinos se muestran cautos. Prefieren dar un margen para que los de arriba reaccionen, aunque a la vista de lo que sucede en tantos y tantos lugares no las tienen todas consigo.
Así que cunde la incertidumbre. ¿Qué pasará a partir de ahora? ¿Se cubrirán las plazas? ¿Cuándo? ¿Y de qué manera? Si algo tienen claro pacientes y profesionales sanitarios es que las consultas cara a cara resultan vitales. Porque la confianza que se genera entre ambas partes goza de un valor incalculable. Especialmente en los pueblos más pequeños, donde el médico es tan respetado como querido por su calidez y cercanía. De hecho, la gran mayoría de las veces conoce a los vecinos y no hace falta ni que abran la boca para saber qué les ocurre en cuanto entran por la puerta. Al fin y al cabo, son muchos años de atención. Es más, en multitud de ocasiones, el mero hecho de estar ahí, en el consultorio del pueblo, y de escuchar a quien se sienta en el sillón basta para sanar. Porque sí, el cariño también cura. Nada que ver con el dichoso teléfono al que a veces nos vemos condenados, por no hablar de la aplicación que un porcentaje considerable de personas mayores son incapaces de manejar. Quítense la venda de los ojos: a día de hoy, sigue habiendo cantidad de gente que si no controla ni siquiera el teléfono, mucho menos la app de Sacyl. La atención ha de mantenerse tal cual: cara a cara.