Juventud, divino tesoro / ¡Ya te vas para no volver! Así comienza el célebre poema de Rubén Darío que todos hemos recitado alguna vez, un lamento por la irremediable pérdida de la juventud. Pero si Rubén Darío levantara hoy la cabeza encontraría que existen múltiples recursos para frenar el paso del tiempo, y que un 40% de la población adulta- en su gran mayoría mujeres- los utiliza. Bótox, lifting, operaciones quirúrgicas y otros remedios para las arrugas, bolsas de ojos, papadas y demás desperfectos propios de la especie.
No podemos decir que la idea es nueva porque durante siglos circuló en distintas obras el mito de Fausto, un personaje que vende su alma al diablo a cambio de la eterna juventud. Quizá su versión más conocida sea la novela de Oscar Wilde El retrato de Dorian Gray (1890), en la que un joven consigue que su retrato envejezca en su lugar, mientras él conserva una permanente lozanía. Pero hay que señalar que en estos pactos diabólicos se aspiraba a conservar, no solo la belleza, sino también el vigor y la pasión de la juventud. Nada que ver con la locura actual de quitarse años que, sobre todo en televisión, ha creado una nueva galería de los horrores: rostros hinchados con labios de pato y carentes de expresión, todos iguales. Ya sé que en ocasiones la cosa sale bien y queda un rostro 'planchado'. Pero dicen que eso exige también pasar una ITV periódica porque los milagros tienen fecha de caducidad.
Allá cada cual, habría que decir, pero lo preocupante es que, según las estadísticas, a las jóvenes también les obsesiona conservar su físico o mejorarlo. El comienzo de los retoques solía cifrarse a los 35 años y ahora la edad ha bajado a los 20, para alardear en las redes de los cambios conseguidos: una nariz como la de Aitana o unas tetas como las de Rihanna, que también se caerán con el tiempo; por no hablar de la última tendencia, el Barbie bótox, que arrasa en Tik Tok y al parecer muy peligroso.
La belleza juvenil es efímera y no hay batalla más inútil que la que se libra contra el paso del tiempo. Y nada más patético que la deformidad de esos rostros operados, mucho más cerca de la estética de Halloween que de la juventud, divino tesoro que añoraba el poeta. Esa, efectivamente, se va para no volver.