El político Gabriel Rufián declaraba recientemente en una entrevista televisiva que «tenía un ego como un camión y debía domesticarlo a diario». Me llamó la atención que un personaje público lo admitiera tan claramente y además afirmara que «sin él no podría dedicarse a la política». La Real Academia define ego como exceso de autoestima; y coloquialmente suele decirse que una persona «va sobrada».
Nadie duda que la autoestima es la base de una buena salud mental pero el problema es controlarla para que no sobreestime nuestra propia valía. Solemos dar por hecho el ego de los famosos -actores, cantantes, deportistas, políticos- y el de escritores y artistas, que viven y crean en un mundo aparte (¿y superior?) al de los mortales. Pero no hace falta ser un elegido de los dioses para padecerlo y exhibirlo en cualquier círculo laboral o social. ¿Los síntomas? Varios y evidentes, siendo el principal el acaparamiento de espacio y atención sobre su persona en detrimento de los que le rodean.
Una persona con ego no escucha, solo habla de sí misma y desvía o acalla, generalmente con enorme habilidad, las opiniones del resto; jamás emite un elogio sobre lo ajeno, no vaya a ser que el interés se centre ahí y le eclipse; compite de forma habitual y sistemática para quedar por encima de los demás y siempre presume de conocimientos o méritos (aunque no vengan a cuento) para suscitar la admiración; curiosamente le da igual cualquier tema donde medirse, desde ser el más ligón del grupo al que más enfermedades tiene en las excursiones del Imserso. De esto se deduce que el ego brilla a cualquier edad y condición, aunque lo padecen más los hombres porque está ligado a la ambición y el supremacismo, rasgos predominantemente masculinos aunque no excluyen a las mujeres.
Pocas cosas hay tan incómodas y nocivas para la convivencia porque para nutrir el ego hay que segar de raíz la excelencia ajena, así que pobre de aquel que, sin enterarse, le está haciendo sombra. Y, en contra de lo que se dice, se da tanto en mentes privilegiadas como en tontos de remate. ¿Esconden en el fondo un trauma de infancia o una inseguridad? Lo ignoro, amigos, igual que las posibles soluciones. Doctores tiene la ciencia, a los que esta modesta columnista suplica que inventen una vacuna y nos libren de esa plaga que tan hartos nos tiene.