Hace tres días, exactamente a las 22:51 h. (hora de Burgos) del jueves 20 de junio, se produjo el solsticio de verano. Como resultado de la traslación de la Tierra alrededor del Sol, y de la inclinación del eje de giro de nuestro planeta, en el momento del solsticio la radiación procedente del Astro Rey incidió perpendicularmente sobre la superficie terrestre en el Trópico de Cáncer.
Ese fue el día más largo del año en todo el hemisferio norte, y la noche del 20 al 21 la más corta de todas. Como adaptación por el cristianismo de una tradición pagana (desplazándola unos días con respecto al evento astronómico que la originó), entre hoy domingo y mañana lunes celebraremos la Noche de San Juan, con sus 'rituales purificadores' como el popular salto sobre las llamas de las hogueras.
El verano, recién iniciado, es la estación más calurosa. Pero no porque estemos más cerca del Sol, ya que precisamente nuestro planeta se mueve ahora por la zona más alejada de su órbita elíptica en torno a la estrella: la razón del calor estival está en ese mayor ángulo con el que incide la radiación solar. ¿Y por qué en nuestras latitudes suele hacer mucho más calor durante la segunda quincena de julio y la primera de agosto que ahora mismo, en torno al solsticio? De forma simplificada, la razón de ello es que el planeta tiene una 'inercia térmica' por la que el calor se va a ir acumulando a lo largo de las próximas semanas.
Se prevé que en todo el hemisferio norte este verano será, una vez más, muy caluroso y seco. Cada año se baten récords de temperatura media respecto al anterior, y esa es una de las muchas consecuencias que está teniendo la crisis climática en la que estamos sumidos. El consenso científico es abrumador, pues el 99% de todos los expertos en meteorología y climatología del mundo afirman que el cambio climático global es una realidad incuestionable, y que además es de origen antrópico: lo ha provocado la humanidad, principalmente por la emisión creciente de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Frente a lo que afirman algunos negacionistas, la actual crisis climática no puede atribuirse a un cambio en la actividad solar ni a factores geológicos, pues, aunque no nos lo parezca, nuestro planeta lleva 2,5 millones de años inmerso en su séptima era glacial.
La forma más adecuada de cuantificar dicho cambio climático es el seguimiento de la 'temperatura global', un promedio de los valores que constantemente se miden en todos los lugares de la Tierra: desde las playas a las montañas más altas, y también en los océanos y la atmósfera. Dicho valor era de 13,9° C en 1850 (en la llamada 'época preindustrial') y desde entonces ha ido creciendo, de forma muy acelerada durante las últimas décadas. Hasta finales de 2023 había subido 1,1° C, y todo indica que el incremento llegará a 1,5° C mucho antes de 2050, fecha prevista en los escenarios más preocupantes.
Las consecuencias de la crisis climática son ya evidentes: veranos más calurosos e inviernos menos fríos, fusión masiva del hielo de los polos y los glaciares, alteraciones en las corrientes oceánicas, períodos de sequía cada vez más largos, fluctuaciones térmicas muy rápidas en cualquier época del año, o lluvias torrenciales en todas las latitudes. Esto tiene graves efectos en la salud, la transmisión de enfermedades infecciosas, la producción de alimentos, la economía o las crisis migratorias.
Hemos de ser bien conscientes de ello, hacer lo que esté en nuestra mano para no contribuir a las emisiones de CO2 y exigir a nuestros gobernantes un compromiso real en este sentido. De hecho, se acaba de publicar la mayor encuesta jamás realizada sobre el cambio climático, el Voto de los Pueblos sobre el Clima 2024, con una conclusión clara: el 80% de la población mundial quiere que sus gobiernos adopten medidas más efectivas para hacer frente al cambio climático.
Existen muchas formas de concienciar y protestar. Pero lo que no tiene ningún sentido (además de resultar contraproducente) es realizar atentados contra el patrimonio histórico y cultural de la humanidad. Ha habido ya demasiados casos de 'activistas climáticos' que han dañado (o lo han intentado) obras de arte de Leonardo da Vinci, Boticelli, Vermeer, Goya, Monet, Van Gogh, Klimt, Picasso o Warhol, por ejemplo.
El último (hasta ahora) delito de este tipo se ha producido hace sólo cuatro días, cuando dos activistas rociaron con pintura anaranjada en polvo el impresionante monumento megalítico de Stonehenge, al suroeste de Inglaterra. El lugar elegido no fue casual porque precisamente unas horas después, el día del solsticio, el Sol salía por la izquierda de la famosa Piedra del Talón, en su zona noroeste. A la variada simbología que siempre rodea un momento tan especial, este año se han sumado las huellas de esa acción absurda y lamentable, que en nada ayuda a combatir la grave crisis climática en la que vivimos.
A pesar de todo y de todos, espero que disfruten de la Noche de San Juan y de este verano recién iniciado.