Hace ya tiempo que el concepto de calidad ha adquirido una condición taumatúrgica, capaz de obrar prodigios no bien es convocado: ya puede usted, vulgar mortal, llevar cada día a los niños al colegio, y acompañarlos al parque para vigilar que no se descalabren, y sudar tinta para que se coman de una santa vez el puré de calabacín, que si su vecino le comenta en el descansillo que él prefiere compartir un 'tiempo de calidad' con sus hijos, lo dejará corrido como una mona y preguntándose qué mugriento tipo de familia ha formado; o acaso anda la mar de contento porque por fin ha encontrado una pareja con la que se encuentra a gustito, y llega ese amigo que a todos nos ha dado el diablo y deja caer que él mantiene exclusivamente 'relaciones de calidad', y usted se siente entonces el ser más superficial e insignificante del mundo.
El personal alardea de 'calidad de vida', las ciudades se dicen capaces de atraer un 'turismo de calidad' (es decir, de dinero) y todas las empresas de relumbrón presumen de contar con un departamento de la cosa que las hace muy superiores a la competencia. La calidad es entendida como un valor añadido, diferencial, cuando en realidad, si uno se para a pensarlo despacio, debería constituir un requisito básico en cualquier desempeño, capaz de cumplir nuestras expectativas en los distintos órdenes de la vida.
El Ayuntamiento de Burgos, en ese moderno afán de algunas administraciones de emular irreflexivamente al sector privado, anuncia ahora la contratación a golpe de talonario de un jefe de Calidad, que en principio no contará con equipo alguno que lo respalde, y acaso haya quien piense que nuestro municipio va a ascender de categoría como por ensalmo, y que dejaremos de echar la mañana en colas interminables, o de ser sometidos a una burocracia infernal, o de padecer los efectos de una plantilla insuficiente y desmotivada. Hagamos votos por que se produzca el milagro, que los servicios que sostenemos con nuestros impuestos funcionen por una vez como es debido y que llegue el día en que esperar un cierto grado de eficacia en la gestión pública no parezca pedir tanto.