Me he dedicado a contar las bodegas burgalesas que acudieron la semana pasada a la última edición de la feria vinícola Barcelona Wine Week: 38. Quizá me he dejado alguna. No importa: es una cifra suficientemente alta como para dar la medida del éxito de un evento que atrajo a 21.000 profesionales, desde hosteleros de barrio hasta importadores de 50 países diferentes. Como escriben en la revista Meininger, prestigiosa publicación alemana del sector del vino, en un momento tristón para nuestro sector, es agradable acudir a una feria que vibra de optimismo.
A lo que vamos, el artículo da algunas claves interesantes. Además de ese ambiente positivo, habla del lugar que ocupa el vino español en el mundo y de lo que tendría que hacer para promocionarse mejor, porque con notables excepciones, los vinos españoles no tienen ni un precio ni un prestigio acordes a su alta calidad. Contundente.
Meininger da algunas pistas. La primera es tan obvia y trillada que casi avergüenza reproducirla: mejorar el inglés. Según datos de la propia Barcelona Wine Week, más de 4.000 visitantes han sido extranjeros y muchos seguro que han echado en falta un mayor nivel idiomático entre nuestros bodegueros y comerciales. Para la periodista de origen australiano Felicity Carter, las bodegas españolas son un tesoro por su calidad y autenticidad, pero su capacidad de comunicarse con interlocutores internacionales es pobre. «Desde luego, mucho menor que en Vinitaly», comenta refiriéndose a la principal feria del vino italiano, que se celebra en Verona el mes de abril.
Otra idea interesante, aunque ya fuera del alcance individual de una bodega, es la que está desarrollando desde hace poco el ICEX, el ente público que se ocupa de las exportaciones: otorgar un certificado especial a aquellos restaurantes de gastronomía española en el extranjero que ofrezcan al menos un 60% de vinos españoles en su carta. A ver si así se consigue paliar algo un retraso ¡de más de medio siglo! Y es que en la década de 1960 Italia puso en marcha el programa Ospitalità para promocionar la comida de su país. A esta longeva iniciativa se ha sumado la ventaja clave que supone tener millones de emigrantes transalpinos repartidos por el mundo. Los italianos nos llevan varias vueltas. Pero es que además, ¡qué bien saben venderse! De eso ya hablaremos otro día.