Hace lustros que los españoles obviamos las mayorías absolutas y, en general, pedimos a nuestros representantes electos que desarrollen la habilidad de negociar. De olvidarse del 'aquí mando yo' y de la imposición. No parecen entenderlo, no obstante, y, aparte de insultarse y de avergonzarnos casi a diario con su conducta -en ocasiones, también con su verborrea- siguen abonados al estrépito. 

Nuestro Salón de Plenos es un buen ejemplo de ello, como se evidenció ayer: tres partidos son incapaces de ponerse de acuerdo para sacar adelante unos presupuestos. En un caso, por servilismo a unas siglas ante una cuestión ideológica sin fundamento alguno; y en los otros dos, no se sabe muy bien por qué. Quien ostenta la Alcaldía de Burgos tendrá que explicar las razones para rechazar, otra vez, la mano tendida del PSOE, que rebajó sus condiciones a prácticamente nada.

Hay algo llamativo, de todas formas, en el hecho de que en menos de un año y medio de mandato, los concejales populares hayan protagonizado desencuentros públicos con el Colegio de Arquitectos de Burgos (llegando incluso al ataque personal y a las descalificaciones al trabajo de profesionales de este gremio); con asociaciones de vecinos a este y oeste, con las que se niegan a debatir proyectos tales como aparcamientos en altura o un establecimiento hostelero en medio del parque de la Isla (ya rechazado años atrás); con reputadas asociaciones en el ámbito de lo social (léase, Burgos Acoge, Accem, Atalaya Intercultural y Cáritas); y, de colofón, con sus socios en el bipartito.

No sé. Quizá esta aparente crisis sea la oportunidad para cambiar el estrépito por la política humilde, la capaz de llegar a consensos por la izquierda y la derecha. Gobernar en minoría y alcanzar acuerdos es más difícil, sí, pero engrandece a quien lo hace.