Cuenta la leyenda, que en el comienzo de los tiempos Dios informó a Satanás de su intención de crear un ser a su imagen y semejanza: el hombre. Está bien, le respondió Satanás, tú crea al hombre, que después yo ya me encargaré de organizarle. Y así fue.
Dios creó al hombre, hizo surgir de la nada al pueblo judío, su favorito, según interpretan sus propios eruditos, y después Satanás lo organizó todo para que el pueblo elegido fuera el gran protagonista de la Historia. De aquellos polvos estos lodos.
El maridaje de lo divino con lo humano carece de un relato convincente. Alguien debería explicarnos cómo un pueblo ungido con la bendición divina, víctima de un intento de exterminio por parte de un verdugo de todos conocido que también se consideraría depositario de un encargo sagrado, actúe ahora con tanta crueldad, impulsado por algún precepto de santa venganza para justificar tantos desmanes. Y sucede en los ámbitos de todos los dioses: no hemos olvidado los asesinatos a bocajarro de aquellos periodistas franceses que cometieron el pecado de publicar caricaturas de Mahoma; con lo divino no se juega, y si lo haces te la juegas y, a ellos, les costó la vida. Da la impresión de que son los hombres quienes protegen la dignidad de los dioses, como si esos dioses no fueran autosuficientes. Ciertamente, Satanás está cumpliendo con su palabra.
Quizás en un día como hoy podíamos preguntar a sus majestades de oriente cómo puede maridar sin violencia lo humano con lo divino, como ellos lo hicieron, sin que tengamos que elaborar sofisticados argumentos para comprender que matar carece de justificación alguna. Pero los humanos actuamos así. O, preguntarles, si para divinizarse hay que deshumanizarse, si besar un anillo diviniza al que lo lleva, reflejando la servidumbre del que lo besa. Por poner un ejemplo.
Si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, algo ha salido mal, somos una copia imperfecta suponiendo que el modelo exista, o tendremos que creer que Satanás sigue organizándonos.
Ya no vuelan ángeles por tierra santa, sino drones y misiles. Y no parece que el amor sea la energía que nos mueve: tendremos que re-humanizarnos, huyendo de la hipnosis de creernos divinizados.