Si una gran parte de los delincuentes se adapta a los nuevos tiempos modernizando sus métodos y explotando al máximo las nuevas tecnologías otros malhechores, refractarios a cualquier atisbo de innovación, desempolvan viejas tácticas que, pese a estar desgastadas de tanto uso, siguen teniendo éxito. Es el caso de dos estafadores que han recalado hace no mucho en Burgos y están demostrando un gusto inusual por el timo tradicional. Hasta el punto de que están renovando ‘artes’ como ‘tocomocho’. Aunque lejos de complicar el engaño lo han simplificado de tal modo que si los protagonistas de la famosa película Los Tramposos (Pedro Lazaga, 1959) resucitaran no dudarían en calificarlo de burdo. Pero pican, vaya si pican. A una burgalesa le han birlado 3.000 euros con la variante del famoso fraude del décimo de lotería.
En este caso no hay premio de por medio ni un tonto que sirve de reclamo. El protagonista es un ciudadano de a pie con la suerte de encontrarse 300.000 euros en una maleta. Eso dice él. No se sabe muy bien por qué -la víctima no lo refleja en la denuncia- le da un ataque de generosidad y decide compartir el botín con otra persona. Antes de entregarle nada -porque los 50 ‘kilos’ no los tiene consigo en ese momento- le pide a la incauta -porque es mujer, en este caso- que le entregue 3.000 euros en depósito. Al final, efectivamente, le dan un paquete en el que ella cree que va el dinero. Pero qué va. Lo único que hay dentro es una bolsa enorme de sal, que a buen seguro no va a cicatrizar la herida moral sufrida por la víctima al ser objeto de tal estafa.
Los hechos ocurrieron hace pocas fechas en una calle comercial de Burgos. Una mujer fue abordada por un hombre delgado, de entre 50 y 60 años de edad, con el pelo canoso, media melena y los ojos claros. Se dirigió a ella en voz baja para decirle que se acercara y que entrara en un coche, de color verde, porque había encontrado 50 millones de pesetas (300.000 euros) en la estación de tren. Accedió y en la parte trasera del vehículo observó que había sentado un individuo de unos 35 años, pelo corto y vestido de negro. Éste le preguntó si estaba conforme con ir a medias con el dinero, a lo que la mujer contestó que sí.
Pero tenía truco, cómo no. Antes de proceder al reparto, la víctima tenía que enseñar dinero suyo como prueba. No hay problema. La denunciante se dirige a su casa, coge la cartilla del banco y acude a una sucursal para sacar 3.000 euros de su cuenta. Mientras tanto los dos individuos permanecían esperándola dentro del automóvil.
Una vez completada la operación en la entidad financiera regresa al coche y les entrega el dinero, la cartilla y su DNI. En ese momento, el primer hombre con el que contactó -el que la abordó en la calle- le da un paquete cerrado y le asegura que dentro están los 25 ‘kilos’ que le pertenecen, así como la cartilla y el carné.
La mujer llega a su casa confiada, pensando que había hecho el negocio de su vida. Nada más lejos de la realidad. Cuando deshace el envoltorio ve que solo hay un paquete de sal. Ni rastro de los 150.000 euros, ni de los 3.000 que sacó de la caja, por supuesto. Y, lo que es más extraño, tampoco estaban ni la cartilla ni el DNI.