El tiempo estaba para llevarse a orillas del Tormes un hornazo y una botella de vino de la sierra. Radiante y dorada, Salamanca acogió la semana pasada una nueva edición del Duero Wine Fest. Fue la tercera de lo que se presenta al mundo como el mayor congreso de vinos del centro de España. Yo creo que ya va siendo hora de dejar atrás descripciones grandilocuentes. Si el contenido es bueno, que lo fue, sobran adornos. Pero bueno, vamos a ello.
Lo primero a destacar de este evento trienal es que consigue identificar los retos candentes del sector vitivinícola. Hoy éstos llevan nombres como tecnología, nuevas clasificaciones territoriales, atonía del consumo, estilos de vino innovadores y, por supuesto, cambio climático, la gran cuestión de la viticultura actual. Para tratar de todo ello, un elenco de ponentes que impresionaba, entre catedráticos, enólogos de renombre y periodistas internacionales. Eché de menos más público, en especial más gente de bodegas. Hay 750 de ellas en Castilla y León: sólo con que algunas enviaran a alguien de su plantilla, el congreso dispararía su influencia. Se entiende que el día a día nos coma, pero a veces habría que parar, mirar el panorama y profundizar en las ventajas de cultivar a mayor altura o descubrir cómo el enoturismo ayuda a construir el perfil digital del cliente.
Más gente tuvo el interesante programa de catas. El aforo, de 90 plazas, se llenó en las seis sesiones. Muy buen dato, que avala una propuesta de calado. Un par de ejemplos: una cata de vinos de variedades raras, tanto del lado español como del portugués; y una sesión dedicada a cómo la hostelería puede presentar y vender vino de pequeñas denominaciones poco conocidas. Esta última fue dirigida por el sumiller Diego González, quien regenta un aclamado espacio de vinos en el centro de Burgos. Otro protagonista burgalés fue la bodega Pago de los Capellanes, que ofreció una cata de añadas históricas reveladora de la inmensa calidad y finura de nuestra Ribera del Duero.
Me gustó mucho, por su originalidad, la sección bautizada como Carta de vinos. La cafetería del palacio de congresos de Salamanca se convirtió para la ocasión en una barra donde degustar casi 100 vinos diferentes. Aquello tuvo su peligro pero lo cierto es que ofreció una buena visión de las 14 indicaciones castellano-leonesas. Aunque algunas no estén formalmente en la cuenca del Duero.