Suenan de forma habitual en Miranda. Uno lo canta la afición del Club Deportivo Mirandés durante los partidos de su equipo: Emblema rojinegro que luce nuestra banda..., y el otro es de obligada interpretación en las fiestas locales y otros actos solemnes: Hijo soy a mucha honra de la ciudad de Miranda... Son los himnos del CD Mirandés y de Miranda de Ebro, dos de los elementos musicales que sirven de unión a los mirandeses y que cuando los entonan lo hacen con el orgullo de pertenencia a su ciudad y a su equipo.
Pues ambos son obras del compositor Gregorio Solabarrieta, un músico que, aunque nacido en Bermeo, pasó la mayor parte de su vida en Miranda, donde fue director de la Banda Municipal de Música, además de fundador del Orfeón Mirandés. De ahí que la ciudad tenga una calle con su nombre en homenaje a todo lo que le dio desde que en 1928 recalara en Miranda al ganar la oposición abierta para dirigir y conformar la Banda Municipal de Música.
Solabarrieta se convirtió en toda una institución en Miranda, no solo por la entrega y dedicación en la dirección de la agrupación musical, sino por su amor por un pueblo que le acogió con entusiasmo y al que dedicó algunas de sus composiciones destacadas, cuyos compases hoy día siguen sonando en los momentos señalados.
Pero también su figura destaca entre los compositores vascos del siglo XX, con obras variadas que han interpretado reconocidos artistas y han sonado en auditorios de prestigio, como elteatro Arriaga de Bilbao. Y siguen siendo interpretadas de forma puntual por formaciones vascas, que en muchos casos buscan sus partituras para agrupaciones corales.
Nacido en 1900 en Bermeo (Vizcaya), ya a los 6 años empezó su formación musical como miembro de la banda de su pueblo a los 9 años y prosiguiendo su formación en el Conservatorio de Bilbao. A los 19 años acabó la carrera de organista, tras haber sido alumno de maestros como Jesús Guridi. Y es que Solabarrieta fue un organista extraordinario, si bien su dedicación plena a la Banda Municipal de Música le impidió avanzar en una carrera profesional como instrumentista.
«La música era su vida», recuerda uno de sus hijos, Juantxo, quien también fue músico y estuvo en la Banda 57 años, los primeros a las órdenes de su padre. Su llegada a Miranda, sin embargo, fue previa a su cargo de director, ya que en las fiestas de San Juan del Monte de 1927 estuvo en la ciudad dirigiendo la Banda de Mondragón, de la que era titular.
Probablemente no pensaba entonces que no mucho después estaría de nuevo en Miranda para participar en unas oposiciones que ganó, asumiendo el reto de conformar y dirigir la Banda. «Había un par de bandas que se disolvieron para hacer lo que hoy es la Banda», dice su hijo. «La creación oficial fue en 1929, con un estreno que fue en la plaza de España el día 25 de julio, día de Santiago», recuerda Ricardo López de Heredia, otro integrante de la Banda que estuvo unos años a las órdenes de Solabarrieta.
Como recoge José María Alonso, también músico y excomponente de la agrupación, y autor de un libro sobre los 75 años de historia de la Banda (2004), se tocaron cinco piezas, y ya dos de ellas eran composiciones que Solabarrieta había hecho para la ciudad. La primera fue la jota A orillas del Ebro, y la otra el pasacalle creado como Himno del Club Deportivo Mirandés.
Pero no sólo las anteriores fueron obras dedicadas a Miranda, ya que Solabarrieta, o don Gregorio, como todos le llamaban, tuvo muy presente a la ciudad, para la que compuso el pasodoble A Miranda (por el primer aniversario de la Banda), Si vas a a Miranda, Aires de Deóbriga, Miranda de Oro-Amores de España, y los himnos de la Virgen de Altamira, tanto uno íntegramente suyo como la segunda parte del compuesto por Moreti. Hay otras obras curiosas, como El Oto y el Ete, un pasodoble en homenaje al hostelero local Mototo, a quien por su afición taurina le unió en la obra a Manolete; o ¡Vaya Talgo!, en homenaje al famoso tren, ya que Solabarrieta era amigo de Goicoechea, uno de sus inventores.
El listado de obras es amplio, y conserva desde un Ave María a una marcha fúnebre. Hay obras marineras, muchas en euskera, composiciones para banda y una serie de bailables. Piezas hechas con apenas 15 años y otras casi al final de su vida; y entre ella Kresaletan. Estampas de Ondárroa, una zarzuela estrenada en 1961 y que se interpretó en el Teatro Arriaga de Bilbao, cita a la que muchos mirandeses acudieron para ver la obra compuesta por don Gregorio.
De su trabajo como director hablan la entrega y «la rigidez y seriedad con la que lo llevaba», dice su hijo. «Además de muy buen director y gran amante de su profesión, aportó a la Banda la gran elegancia y gallardía que tenía dirigiendo, cuando iba delante de la Banda en los desfiles parecía que él solo con su prestancia ocupaba la calle entera, era un hombre muy elegante», recuerda López de Heredia.
Solabarrieta, cofundador también del Orfeón Mirandés, estuvo al frente de la agrupación hasta 1965, cuando pidió la jubilación. 37 años dedicados a una ciudad a la que mostraba en su despedida «mi profundo agradecimiento por escucharme y aplaudirme».