Los historiadores e investigadores del arte siempre tuvieron claro que José María de Palacio y Abárzuza, conde de las Almenas, fue un pájaro de mucho cuidado. Que su presunto amor por el patrimonio, que le llevó a revestirse en ocasiones de mecenas, no fue sino puro interés personal: su única ambición constituyó siempre en atesorar obras de arte para engordar una colección que llegó a ser fastuosa. Todas las investigaciones le señalaron siempre como el culpable de la desaparición de varias piezas de la Cartuja de Miraflores, siendo una talla de Santiago El Mayor, perteneciente al sepulcro en alabastro de Juan II e Isabel de Portugal, la más valiosa: no en vano, es desde hace décadas uno de los reclamos de The Cloisters, perteneciente al Metropolitan Museum de Nueva York (MET), que es la institución a la que la actual comunidad de cartujos ha reclamado la devolución de la escultura que tallara el gran Gil de Siloe.
Esa posibilidad, que en un principio se antojaba remota por no existir pruebas que acreditaran fehacientemente que la pieza fue robada, podría dejar de serlo gracias a un reciente hallazgo documental, que arroja luz sobre el saqueo impune del cenobio burgalés. Uno de los fondos que custodia la Fernán González, concretamente el de Luciano Huidobro, historiador y académico que fue de esta institución, ha deparado una sorpresa: se trata varias cartas que el conde de las Almenas remitió a aquel y en las que recoge todo tipo de referencias alusivas a la salida de piezas de la Cartuja para su presunta restauración; piezas que, en algunos casos, como el de la talla de Santiago, jamás regresaron.
Fue la académica Belén Castillo la que descubrió estas misivas. «Es una documentación muy interesante, que no podemos decir que esté completa, pero sí que es reveladora», explica, ya que por un lado deja claro «el concepto que se tenía sobre el patrimonio y su cuidado en los primeros años del siglo XX» y por otro retrata al embaucador y pérfido conde de las Almenas. René Jesús Payo, director de la Fernán González, cuyos fondos no dejan de ofrecer hallazgos valiosísimos (aún no hace un año que en otro de sus fondos se descubrió un poema inédito de Antonio Machado), considera que las cartas del conde de las Almenas no dejan lugar a la duda de que fue él quien robó la talla de Santiago (entre otras piezas que desde entonces faltan del monasterio).
En esta carta le pregunta a Huidobro si en Burgos han echado en falta la talla de Siloe. - Foto: PatriciaLas primeras misivas datan de 1914. «Podría decirse que Luciano Huidobro fue una suerte de interlocutor e intermediario del conde de las Almenas, si bien siempre actuó con notable lealtad y defensa del patrimonio burgalés dentro de lo que eran los criterios de aquellos momentos. Hay una carta en la que el conde de las Almenas le pide que intermedie para comprar el Palacio de Saldañuela, hecho que no se llevó finalmente a cabo». Es en ese año 1914 cuando surge la polémica entre este personaje y Vicente Lampérez, arquitecto al que acusó de atentar contra el patrimonio en las restauraciones de las que fue responsable, como por ejemplo en la Catedral. Siempre arremetió de forma virulenta contra él en acusaciones que se hicieron públicas a través de la prensa de la época, y eso que el conde de las Almenas se descolgaba cada cierto tiempo con propuestas de todo punto extemporáneas y peregrinas, «como traer el claustro de Sasamón a Burgos y montarlo en la parte baja de la Catedral», apunta Payo.
El conde de las Almenas, que tenía muchas influencias (contaba con la amistad y el apoyo del presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato), convenció a los monjes para rehabilitar distintas estancias de la Cartuja. Y algunas cosas hizo en este sentido, «pero, a la vez, fue sacando piezas que, en teoría, fueron llevadas a Madrid para su restauración. Hay constancia de que salieron muchas, como deja por escrito en estas cartas que remitió a Luciano Huidobro. Hecho que además pudieron constatar, durante una visita, miembros de la Comisión de Monumentos. Aquello provocó que se iniciara el proceso para declarar Monumento Nacional la Cartuja, como una manera de protegerla. Naturalmente, el conde de las Almenas se negó, y llegó incluso a pedirle a Dato que frenara aquella declaración», explica Payo, a la vez que afirma que «lo que se detrae de las cartas es que actuó fundamentalmente movido por intereses particulares».
En una de las epístolas, el conde de las Almenas acusa a un monje de ser el culpable de que se airearan los tejemanejes que se traía en el monasterio: La indiscreción del hermano Tarín ha sido la causante de todo, escribe el muy felón. En otra, se le ve el plumero de forma escandalosa cuando, ya con la polémica desatada en la ciudad, escribe a Huidobro:Deseo saber si también les han dicho que vino [a Madrid] la estatuita de Santiago y si la han echado de menos... «Creo que toda esta documentación aclara que sacó las piezas sin el consentimiento de los cartujos ni del arzobispo. Es una sustracción indebida», apostilla. En este sentido, la Institución Fernán González pone a disposición de los cartujos y del bufete de abogados que ha tramitado la reclamación al MET toda la documentación encontrada,
De Madrid a Nueva York. La talla de Santiago Apóstol procedente del panteón real de la Cartuja de Miraflores que la Orden de San Bruno reclama al Metropolitan Museum de Nueva York fue subastada en Madison Avenue, sede de la American Art Association, a mediados de enero de 1927. No fue la obra en alabastro de Gil de Siloe la única que salió a pública venta en tres jornadas consecutivas: el lote constaba de un total 447 piezas, todas ellas propiedad del embaucador, trilero y sinvergüenza José María de Palacio y Abárzuza, conde de las Almenas, siniestro personaje que había acumulado, con las peores artimañas, una formidable colección de arte español, especialmente románico y gótico, haciendo su agosto en lugares como Burgos, entre otros. Los delirios de grandeza del conde de las Almenas alcanzaron su cenit cuando se hizo construir, en un altozano de la localidad madrileña de Torrelodones, su particular Xanadú, que se llamó 'Canto del Pico'. Era, en palabras de la historiadora María Jesús Martínez Ruiz, experta en las fechorías del personaje «una especie de puzzle artístico, merced a la reunión de fragmentos arquitectónicos y escultóricos de diversa procedencia, que dio lugar a un ensayo constructivo poco frecuente en España hasta ese momento, pero con resultados poco afortunados, por no decir esperpénticos».
Esta residencia, indica la investigadora, «suponía la cristalización de las dudosas actividades del conde en materia de coleccionismo, lo cual no fue óbice para que el conjunto fuera declarado monumento histórico-artístico». Todo una ironía, claro, ya que el susodicho se había mostrado siempre en contra de ese tipo de protecciones patrimoniales, hecho que facilitó su permanente latrocinio aquí y allá. «Construido en sillería, sillarejos y mampuestos, el conjunto contaba con elementos diversos y a primera vista contradictorios: ventanales góticos, templete románico adosado a la fachada lateral, artesonados, rejas en puertas, balcones y ventanas, fachadas profusamente decoradas, amplias habitaciones de considerable altura -éstas se organizaban en dos plantas y se comunicaban por una escalera monumental en piedra-; contaba, asimismo, con paramentos interiores pintados al óleo y temple, decoraciones en techos y frisos con maderas finas y azulejería de procedencia variada. En resumidas cuentas, una reunión de fragmentos artísticos diversos articulados con escasa fortuna», según Martínez Ruiz.
Del catálogo se hicieron tres ediciones, con descripciones de cada una de las 447 piezas del conjunto y algunas fotografías. «En la relación rara vez se hace referencia a la procedencia de las obras; como mucho, alguna adscripción a ciertas escuelas o regiones, lo cual dificulta la búsqueda y filiación de las piezas, pues la mayoría de las descripciones no van acompañadas de reproducción fotográfica». La venta resultó un exitazo. Entre las obras subastadas, una de las piezas estrella fue la talla de Santiago El Mayor de la Cartuja de Miraflores.