Y a está aquí el otoño, el tiempo más hermoso del año, desgranando melancolía con su gama de oros infinitos. Ya se siente esa tibieza en el aire que camina hacia el sosiego, hacia las tardes que se recogen pronto. Es un tiempo dorado y sereno, muy superior (en mi opinión) a la sobrevalorada primavera, que es inestable y caprichosa. Y es el tiempo en que la ciudad exhibe una belleza cegadora adornando la arboleda. El prodigio del otoño burgalés, un año más.
Suelo animar a mis amigos a visitarme en este tiempo para compartir el alma de la ciudad. Aún no hace frío, y hay un ritmo de los días apacible, exacto, como si las calles fueran un reloj de la vida. Trasiego y enjambre de mochilas que van y vienen del colegio, mujeres conversando en grupos, jubilados paseando, olor a castañas, terrazas. La gente que nos visita nos ayuda a comprender mejor nuestro paisaje. Y yo recuerdo con especial afecto a dos grandes amigos y colegas irlandeses, ya fallecidos, que solían venir en otoño.
Se llamaban Terence Folley y Terence O'Reilly y eran catedráticos y prestigiosos hispanistas en University College Cork. Con Terry Folley recorrí la ciudad y la provincia varias veces y me enseñó a apreciar los matices del otoño, el aleteo de hojas amarillas como surtidores de luz, el crisol de ocres. Era un pintor notable, capaz de capturar la esencia castellana en muchos cuadros que ahora adornan mi casa. También venía por esta época Terry O'Reilly, gran conocedor de los místicos españoles y traductor de San Juan de la Cruz; él me ayudó a descubrir la espiritualidad del otoño, las bondades de la vida interior, la hondura de las cosas. Ambos amaban Burgos profundamente y me dejaron valiosas lecciones.
Recorro la ciudad embelesada por la coreografía de las hojas, por el crujido de alfombras vegetales, por farolas mortecinas rielando en el Arlanzón. Y todas las tardes espero en mi salón la hora del sol estallando rojizo en el horizonte, atravesado por una aguja de la catedral. Cuánta belleza en esa luz que agoniza. Recuerdo que en una estancia en Estados Unidos me llevaron a Vermont para disfrutar del leaf peeping ( observación de las hojas), una gran ruta turística en torno a la belleza otoñal. Y pienso en la fortuna que tenemos aquí, con una ciudad y una provincia que lucen su paisaje en estado en gracia.