Ni en Europa, ni en Francia, ni en España, ni en Aranda estamos para tirar cohetes, desde luego. En política, todos, o la inmensa mayoría, están a ver cómo sacan tajada, en el gobierno o en la oposición, de sus intereses particulares de partido. Como si los objetivos o soluciones para la comunidad o para el país fueran lo menos importante.
Me supongo que, cuando estalló la primera guerra mundial, en muchos lugares de Europa la gente normal, que hacía su trabajo diario, ni se enteró de lo que se les vino encima. Ahora, que vivimos en una sociedad hipercomunicada, donde los sistemas de comunicación llegan a todos los rincones, da la impresión de que podemos repetir la historia. Tal como funciona el mundo, todos sabemos que podría volver otra guerra mundial. Con información o sin ella, los seres humanos somos capaces de todo. Antes se vivía en la ignorancia y una consecuencia de ello era la manipulación. Ahora, en la sociedad de los avances científicos y la hipercomunicación, somos igualmente manipulables. De lo contrario, no es posible que podamos elegir como representantes políticos a tipos que mienten; que han sido condenados en tribunales; que insultan y menosprecian a los del partido opositor; que utilizan el poder para su lucro personal; que no respetan los espacios democráticos; que se les ve cómo demuestran su zafiedad, su prepotencia, su falta de equilibrio a la hora de ejercer el poder.
Siempre me he preguntado cómo fue posible que, en los años 30, una sociedad avanzada como la alemana fuese capaz de confiar en un tipo, fracasado aspirante a pintor, y en una organización, cuyos métodos criminales y sectarios llevaron a la muerte a millones de personas. Y esto pasó. Y puede, tal como vamos, volver a ocurrir. Por primera vez, ahora, el ser humano sabe que es capaz de acabar con el planeta o matándonos unos a otros con armas nucleares. Feliz Navidad.