María Jesús Jabato

Señales de vida

María Jesús Jabato


Lástima

25/05/2024

Si Galdós estuviera entre los vivos, escribiría una novela con el asunto de las clarisas díscolas de Belorado y el obispo Pablo de Rojas, porque Galdós retrató España tal como era y en España eran clérigos y monjas; estas, casi siempre anónimas, recluidas en el aprisco del convento a excepción de sor Patrocinio, «una monja muy lista», y los curas, siempre en primera fila, pues no hay obra galdosiana sin cura, ni cura que no tenga asiento en ella. Con tales premisas, el obispo al que se abrazan las monjas de Belorado sería, por su estatus social y su heterodoxia, personaje apto para filigranas narrativas. No parece cura torpe y vulgar, como don Nicolás Rubín, del que decía Galdós que por la nariz y las orejas se le escapaban espesos mechones de vello que eran las ideas que, «cansadas de la oscuridad del cerebro se asomaban a los balcones de la nariz y de las orejas a ver lo que pasaba por el mundo», ni tampoco como don Pedro Regalado, que disimulaba su zafiedad siendo «lumbrera de la Inquisición».

El obispo de Rojas da el tipo de cura fanático, como don Inocencio Tinieblas, canónigo penitencial cuyo apellido es una declaración de sombrías intenciones, o el intolerante Paoletti, abanderado de la lucha contra el ateísmo. Fanático, y, además, aburguesado, como el páter Jerónimo Matamala, cuyo único afán era conseguir la mitra; como don Remigio Díaz, que quería mangonear la fundación de la condesa Halma; como el doctor López Sedeño, que aspiraba al episcopado con impaciencia mal disimulada; o como don Juan Casado, el cura de Ángel Guerra, que no tenía vocación, sino ambición. Aunque por esta muestra pudiera parecer que todos los curas galdosianos eran zafios, intolerantes o ambiciosos, no es así, ya que algunos personifican la bondad, como el abate Lino Paniagua, protector de los enamorados, o el misionero Luis de Gamborena, espiritual y luminoso frente al grosero materialismo del usurero Torquemada. No se le escaparían a Galdós el obispo De Rojas y las monjas de Belorado, no. Lástima que el escritor ande entre ángeles sosos que tocan el arpa. Lástima. 

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