Un gato ha quedado atrapado en la verja de una clínica. El animal ha acertado a enredarse en el mecanismo, pero no a lo contrario. Y nuestros bomberos no lo han dudado. El luctuoso suceso ha acontecido esta semana pasada en Burgos. Nuestros matafuegos han tenido que elegir entre la vida de la reja o la del morroño. Y, claro, han sacrificado la de la cancela. El dueño de la difunta, no ha transcendido la posible identidad del propietario del minino, no ha tardado en reclamar justicia, el que rompe paga, y nuestro ayuntamiento, ustedes, yo, tendremos que apoquinar dos mil cuatrocientos euros de indemnización. ¿Mucho…? ¿Poco…?
La pregunta, no por veraniega menos interesante, es hasta cuánto. ¿Sería oportuno hacer lo mismo en el supuesto de que el rescate se elevase, ya no a dos mil cuatrocientos, pongamos que a diez, cien mil, o un millón? ¿Habría que, incluso, demoler una gárgola de la catedral para rescatar un michino atrapado, con o sin permiso de ICOMOS?
Caro o barato, para estimar si un precio es justo, o no, resulta imprescindible saber en concepto de qué se paga lo que se paga. Si lo que se compra es un gato, desde luego, dos mil cuatrocientos euros parecen desorbitados. El mercado de mascotas, por este precio, ofrece diez de angora, cinco persas, o, más económico, también cien liebres.
Otra cosa es que lo que se compre por ese importe sea un relato. Cualquier político bien constituido de este país pagaría gustoso esa cantidad, puede que más, con tal de evitarse una manifestación delante de su despacho, poblada de activistas, digamos que luciendo una camiseta ensangrentada, y rotulada con algo parecido a ¡Ayuntamiento asesino…! ¡Todos somos gatos…!
El único problema, los felinos domésticos son así, es que estas criaturas, en Burgos hay más de dos mil, tienen siete vidas. Así que, interventores, servidores públicos, y otras faunas responsables de velar por los dineros de todos, hagan la cuenta. Dos mil cazarratones, con siete vidas, a dos mil cuatrocientos: ¡Treinta y tres millones de vellón…! Razón de más. Hora es ya de afanarse en una ordenanza para la seguridad y protección del digitígrado urbano. ¡Fuera verjas gaticidas…! Porque la cerrajería mata…