Ambas palabras aparecen así enlazadas en muchas ocasiones, por lo que nuestro esquema mental nos puede llevar a pensar que no son la una sin la otra. Y desde luego no es así.
Es cierto que el aspecto saludable de una persona, un físico atlético, un rostro resplandeciente y la piel firme, la melena saneada y abundante, un cuerpo ágil y fuerte, nos transmiten la imagen de salud.
Y que cuando nos aqueja alguna dolencia, normalmente se manifiesta físicamente de distintas maneras, siendo también alerta para detectar patologías: limitaciones musculoesqueléticas, cambios en la piel, morfológicos, ganancia o pérdida de peso, lesiones, heridas… Pero otras veces, la enfermedad es silente y de entrada no modifica el aspecto: enfermedades cardiovasculares, mentales, diabetes, ciertas malformaciones orgánicas y muchas otras, incluido el cáncer. Aunque como sabemos, cuando evolucionan, sí que acaban impactando en el físico, directa o indirectamente por los tratamientos.
La imagen importa y mucho para mantener la autoestima de todos. Sanos o enfermos. No es un asunto banal o menor. Reconocerse físicamente, aceptarse y gustarse es fundamental porque constituye nuestra identidad y es la base de las relaciones interpersonales. De hecho, los 'complejos' condicionan el comportamiento.
Cuando enfermedades, traumatismos, amputaciones o el paso del tiempo modifican o deterioran nuestro cuerpo, hay recursos de reconstrucción, reparación estética y/o funcional. Cada persona debe tomar decisiones acordes a sus expectativas y valores. Libremente. Apoyadas por profesionales y por los recursos del sistema sanitario.
Pero hay que dejar claro que belleza no es igual a salud. Y es relativa, porque atiende a cánones culturales que adoptamos a veces sin ser muy conscientes. Nos influyen y acaban determinando nuestras decisiones para lograr encajar, o incluso para destacar. Por ejemplo, actualmente, el cuerpo de la mujer se aprecia musculado y con vientre plano, mientras que, para nuestros ancestros, la belleza femenina radicaba en todas esas curvas que avalaban su capacidad maternal. En ocasiones, la búsqueda de los ideales estéticos puede ser patológica en sí misma, como ocurre en las alteraciones de la conducta alimentaria, o cuando se llega al abuso de tratamientos.
Por el contrario, también surgen corrientes contra esa tiranía estética y, de pronto, hay quien decide no depilarse, mostrar cicatrices, no maquillarse ojeras o arrugas, no esconder michelines o celulitis, o mostrar la cabeza pelona, sin pañuelos ni gorras ... La sociedad lo interpreta de distintas formas: a veces, aplaudiendo la libertad y seguridad mostrada, a veces juzgando por no intentar tapar lo que consideramos feo, a veces, incluso, haciéndose los ofendidos por 'tener que ver' esas imágenes que nos violentan: amputaciones, secuelas, estomas, …
Lograr la armonía de la estética y la ética es ver la belleza interior también. El respeto y el amor a cada cuerpo. A cada ser. Que la belleza está en los ojos de quien mira. Y alimenta la felicidad humana.