Fue entrar en la cocina, ver sus ventanales y la luz natural que los atraviesa junto al paisaje que regalan, y ser suficiente para tomar la decisión. Las posibilidades del edificio, bien equipado y mejor situado, junto a la cada vez menor oferta gastronómica de la ciudad y unas cifras de turistas que van al alza terminaron por convencer a Carlos Gorostizaga Galarraga para hacerse con El Olvido. Si nada lo impide, el 2 de enero comenzará su reforma y en mayo, para aprovechar el tirón de las comuniones, reabrirá su cafetería, restaurante para 250 comensales y trece habitaciones. Volverán los míticos desayunos en El Olvido, que abrirá a las 6.30 de la mañana.
El negocio cerró hace poco más de un año tras 60 de actividad de la mano de la familia Marañón. Juan Carlos, el más joven de la saga y el último en jubilarse tras sus hermanas, Luisa, Rosa María y Aureli, recuerda que con 8 años ya observaba trabajar a sus padres, Paulino y Esperanza. Llegó a tener 11 empleados y Gorostizaga planea contratar una plantilla de una decena de personas, contándole a él entre los fogones. Pero cómo llegó un empresario de la construcción a la cocina es lo que muchos se preguntarán. Él lo considera una vuelta a sus orígenes, a la adolescencia en la que ya ayudaba a sus tíos a servir mesas en el Restaurante El Cabrío, y al oficio de su madre, que cocinó más de 40 años en el Hotel Merindades y el restaurante El Molino.
Sus inicios en la hostelería se sitúan hace poco más de 5 años en el Mesón Ordunte, en Nava de Ordunte, donde después regentó la cervecera. Hace dos años vio clara la ausencia de restaurantes para cenar en Medina de Pomar durante los días laborables y se hizo con el antiguo Gusoa que bautizó como Mesón Inesita en recuerdo de la matriarca, quien le trasmitió muchísimas de sus recetas. Su hermano Galder también dejó el negocio de la cerrajería y «ahora prepara unos postres alucinantes», presume Carlos.
Carlos Gorostizaga en la cocina de El Olvido, donde destaca la luz natural y el paisaje que regalan sus ventanas. - Foto: A.C.Ha meditado su decisión y ha esperado a hacerse un nombre en la ciudad. Muy contento con los resultados del Inesita, que continuará abierto y donde trabajan 8 personas, se ha lanzado a una inversión que admite que «es un lío», pero de la que espera salir airoso. La empresa de construcción le quemó y en la cocina dice que se siente feliz. «Me encuentro en ella como en mi taller de trabajo», relata. No le asuntan ni las horas que exige la hostelería ni los descansos de apenas un día a la semana. «Trabajé diez horas diarias en la Carpintería Ramila en mis inicios y he sido autónomo de la construcción», recuerda.
Reforma interior. El nuevo Olvido tendrá todas las habitaciones (13) con baño individual. Durante las obras de reforma se lo construirá a las cinco que aún no lo tienen. Tarima en el suelo, nuevas ventanas o nueva pintura modernizarán y mejorarán el aspecto del negocio. En la cafetería proyecta una completa reforma que cambiará incluso la ubicación de la barra y de los accesos al comedor y los baños. Espera que le autoricen desde el Ayuntamiento a ampliar la terraza exterior cubierta y admite que afrontará las obras con menos coste gracias a su propio trabajo personal y sus conocimientos. Cuenta con un establecimiento de casi mil metros cuadrados en dos plantas y un aparcamiento exterior también de su propiedad con otros 2.000.
En el nuevo Olvido se podrán comer platos de carta y menú diario, siempre con la base de la comida tradicional española. El secreto es sencillo: «la cebolla es la maestra de la cocina. Con ella, ajo y verduras hacemos unos guisos impresionantes», vende Gorostizaga. Quien le iba a decir que volvería a la cocina del restaurante que durante más de veinte años, cuando perteneció a la Peña El Olvido, nunca quiso entrar con la charanga durante los pasacalles... Los músicos y muchos de sus amigos se adentraban en ese coto cerrado del restaurante, pero él prefería no molestar. En unos meses será su lugar de trabajo y su hermano Galder se quedará al frente del Mesón Inesita.