Finalizaron las vacaciones, y se inician las actividades académicas, la rutina en el colegio o instituto. Una parte positiva del retorno es el reencuentro con los amigos, los compañeros de clase, las risas y juegos del recreo… o no. Para un grupo de niños y adolescentes, más amplio de lo que se contabiliza, y que no debería existir, es la continuidad del deterioro de su salud física y mental por el importante estrés emocional que supone la vuelta al aula, el enfrentamiento a sus compañeros acosadores y la pérdida de su espacio de confort, al alejarse de la protección y el cuidado del núcleo familiar.
Las cifras pueden ser variables según las fuentes, en función de números o estadísticas, pero siempre preocupantes. En España pueden existir 2 alumnos acosados por aula, aproximadamente 220.000 estudiantes y el 20% se ha planteado el suicidio en alguna ocasión. Las redes sociales además ya han superado al acoso directo y presencial, con una visibilidad permanente en cualquier momento del día.
La repercusión del acoso en el desarrollo físico y mental es relevante.
El estrés y el miedo causan ansiedad y depresión, originando dificultad para la concentración y un inadecuado rendimiento académico. Se incrementan las alteraciones del sueño, mayor aparición de terrores nocturnos y pesadillas, que dificultan un descanso adecuado y empeoran aún más el rendimiento intelectual y las alteraciones del ánimo. La alimentación también puede afectarse, por exceso o defecto, y favorecer la obesidad o los trastornos de la conducta alimentaria, así como los trastornos digestivos en forma de náuseas, vómitos, diarreas, dolores abdominales o variaciones en la microbiota intestinal.
Todo ello puede incrementar la sensación de fatiga, cansancio, así como las alteraciones posturales en un intento de ocultarse, de pasar desapercibido. Los dolores de cabeza aparecen o se incrementan, así como la continua sensación de soledad, y las preguntas imposibles de responder sobre la causa de ese malvado sentimiento de desprecio y humillación injustificado hacia una persona.
El entorno familiar del acosado también puede sufrir estas alteraciones, y especialmente el dolor persistente por el maltrato, el control de las emociones para no inestabilizar más la situación, el miedo a que las amenazas en alguna ocasión verbalizadas se cumplan, y el ruego para que todo finalice cuanto antes…
Es un asunto de niños y jóvenes, con el deber de intervención de los adultos, fomentando una educación basada en valores y en el respeto hacia las personas. Es fundamental gestionar todos los recursos necesarios para evitar que la infancia y la adolescencia en los colegios e institutos sea el inicio de un deterioro en la salud mental, y de incremento en la tasa de suicidio entre los más jóvenes. Hay adultos a los que todavía les persiguen las inseguridades, los miedos y el dolor, regalados de forma incomprensible por un compañero acosador que hubiera necesitado de forma más contundente que el acosado, la ayuda de un profesional especializado en salud mental.
Efectivamente, el acoso es un asunto de niños, de niños malos.