Hace mucho que no escucho una crítica positiva hacia los árbitros, y como es uno de los colectivos más maltratados en la actualidad me veo en la obligación de tratar de defenderlos. Es cierto que a alguno le falta la humildad necesaria para poder empatizar con él, pero creo que se nos está olvidando que detrás de cada silbato hay una persona como cada uno de ustedes. Con esto no quiero decir que se pongan en su lugar cuando reciben oleadas de insultos por hacer su trabajo, pero me gustaría invitarles a que prueben un día a tratar de acertar todas las decisiones que tiene que tomar un árbitro. Desde la tele o desde la grada. Incluso si alguien se quiere meter más en el papel, desde la pista en una pachanga de amigos.
A tiempo real y sin repeticiones les garantizo que van a fallar muchas veces. Más de las que se piensan. Y no les va a pasar nada porque no es su responsabilidad y sus decisiones no van a trascender más allá del propio error, pero imagínense en una cancha en la que hay tensión y sabes que tu error va mucho más allá. Tienes a una persona encargada de evaluar tu trabajo, toda una grada juzgándote y dos equipos inventándose artimañas para que cambies el criterio. ¿No creen que hay razones suficientes para empezar a respetar la labor de un colegiado?
Con respetar no digo no protestar cuando uno está en desacuerdo, faltaría más, pero parece que se ha normalizado despreciar, acosar e incluso agredir a los propios árbitros y me atrevería a decir que estamos entrando en un terreno un tanto peligroso que puede acabar mal. Porque imagínense que los colegiados se hartan de que les señalen en las televisiones o vean sus nombres con amenazas en redes sociales. Profesionales con cientos de horas de formación dejan sus puestos. Si ellos que viven para arbitrar no son capaces de hacerlo «bien», ¿quién lo va a hacer? Y ahora que arrancan las competiciones en las categorías inferiores piensen que si a su hijo no le pueden pedir que sea Messi o Llull, tampoco le pueden pedir al colegiado que sea el mejor, aún sabiendo que los mejores, también se equivocan.