Hace poco más de una semana que el gran público pudimos asistir al estreno de una de las historias más esperadas del cine. Un relato que, aunque aparentemente finalizado en su momento, por 'abierto' en algunos flecos, bien pudo parecer quedar inconcluso o, al menos, con la necesidad de adherirle -quizás para algunos-, una segunda parte llegado el momento adecuado. ¿Que de qué estoy hablando? Pues ni más ni menos, querido lector, que de la secuela de Gladiator. Un filme tan pretencioso como innecesario y que, una vez más (al menos a mi humilde parecer), ha puesto de manifiesto que esa gran casa o fábrica de las ideas, como suele llamarse a Hollywood, parece haberse quedado sin savia nueva que brote del árbol de la originalidad.
Lo peor de todo es que, como evidentemente ya ocurriera con su primera parte, la película viene rubricada por Ridley Scott. Uno de los grandes maestros tras las cámaras (director entre otras películas de Alien, Bladerunner o The Martian), pero que, con ésta última obra ha terminado de consolidar lo que su blockbuster, Napoleón, ya iniciara hace no mucho; esto es, un gran declive o problema en la industria del cine americana para reinventarse o avanzar. También, una merma de calidad en sus productos al margen de lo meramente visual.
Porque más allá de la evidente mejora de dichos fuegos de artificio y CGIs (efectos digitales), algo que la técnica es obvio iba a consolidar con el paso de los años, las estructuras narrativas dejan entrever ya no fisuras, sino los hilvanes de inicio en la composición o montaje de la historia misma. Huelga decir también que los giros de guion carecen de sorpresa alguna y que los entornos, por no ser más que eso, virtuales con croma tendrán un muy mal envejecer con el paso del tiempo. Y es que no puede ser de recibo que una película, como la protagonizada por Russell Crowe en su día, con las evidentes limitaciones del momento, pueda parecer más orgánica y creíble que su continuación dos décadas después. Algo que ya le ocurriera a El Hobbit respecto a El Señor de los Anillos y que deja ver a las claras que, menos, en muchas ocasiones, es más.