Hay un cierto placer infantil en tener miedo, un cosquilleo en la parte baja del vientre: nos libra de la obligación de andar con autoexigencias y responsabilidades para diluirnos en la masa, en el grupo, para adquirir el carácter de manada o piara, de horda.
A menudo cargamos contra los de la promoción del miedo, pero poco hablamos del seguidismo que este tiene, de cómo, gregarios al fin, entramos al trapo, de cuán exitosa es esta estrategia. La narrativa del miedo es tramposa porque lo hace en lo evidente y en lo velado. Por ejemplo, MAGA. Por ejemplo, Imperio. Por ejemplo, Reconquista. Por ejemplo, Pueblo Elegido. Por ejemplo, Terrorismo. Por ejemplo, Menas. Por ejemplo, Deportaciones.
El miedo es un poderoso cemento social, máxime en tiempos de malos individualismos, o mejor, cansinos -véase la mierda neoliberal de las microidentidades-. Durante largas épocas, los grupos humanos se han gobernado por sistemas que sobredimensionaban lo colectivo y anulaban lo particular. Las religiones hicieron un papel estupendo y con ellas las monarquías, satrapías y demás dictaduras. La lucha tenaz por emerger el sujeto, el individuo, el artista, el autor, el pensador, el ciudadano, fue larga y solo alcanzó plenitud con el liberalismo decimonónico y la conquista de libertades democráticas. Frente a esto, los que defendían ideas de rebaño, grey o masa.
Nada de lo alcanzado, ya se sabe, está asegurado. Trump, Meloni, Orbán, Putin, Le Pen, Netanyahu, Abascal -y los feijooes que les compren el discursito- apuestan por recortes de libertades en aras de supuestas seguridades. Leyes mordaza, de seguridad nacional, evitación de empadronamientos y acoso a migrantes, centros de detención fuera del territorio, deportaciones masivas, bombardeos selectivos, privación de auxilios a civiles... Hay muchas formas de sentirnos seguros a fuerza de crear insolidaridad, caos y destrucción, de acabar con el Derecho Humanitario, el Derecho Internacional, de abandonar todos los principios de Justicia y proporcionalidad por las sucias maneras de la Guerra hasta protagonizar los peores genocidios...
Si por algo las elecciones norteamericanas tienen importancia es por el valor refrendador que tienen las políticas de destrucción de libertades de Trump, por el efecto emulación que tendrán entre las extremas derechas de aquí y allá. Algo nuestro también se vota el 5 de noviembre, y no es que la alternativa sea Jauja, pero lo del republicano puede ser el acabose. Si Donald Trump gana, todos nos asomaremos al abismo.
Losheterodoxos.blogspot.com