Micheal Williams tiene el récord de la NBA de tiros libres consecutivos sin fallo: 97. El prodigio data de 1993, cuando jugaba en los Minessota Timberwolves, y pulverizó la plusmarca de Calvin Murphy, que en 1981 alcanzó los 78. Cuando le preguntaron por tal hazaña, Williams dijo, más o menos, que no imaginaba cómo un profesional del baloncesto era incapaz de fallar uno de cada tres, de cada cuatro o de cada cinco tiros si podía practicar y practicar sin descanso. Hablamos de una suerte ejecutada a 4,6 metros de un aro cuya circunferencia es de 45 centímetros y una pelota de 24.
Un penalti, en fútbol, se lanza desde 11 metros con un balón de 22 centímetros de diámetro hacia una portería de 7,32 por 2,44 metros. Es decir, hay casi 18 metros cuadrados y la oposición de un portero para alojar la bola en las redes. Y en la mente de miles y miles de aficionados es algo inexplicable que un profesional, que puede practicar y practicar sin descanso, no sea capaz de alojar la bola cerca de la escuadra en el 90 por ciento de las ocasiones. Allá donde no llega ningún portero.
Decir que al Real Madrid se le escapa LaLiga por culpa de los penaltis fallados es demasiado, pero son ya cinco penas máximas erradas, y en dos de ellas (en Bilbao y el pasado sábado ante el Valencia, selladas ambas con derrota por 2-1) se le escaparon puntos. ¿Qué empuja a un tipo con un pie privilegiado a fallar lo más básico? Hablan de la presión, pero hay días -lo de Vinícius ante Mamardashvili, por ejemplo- en que huele dejadez. Exceso de confianza. Ir 'sobrado' a hacer algo que necesita rigor y profesionalidad. O, vaya usted a saber, quizás algo de soberbia: como marcar de penalti es menos bonito que hacerlo después de tumbar a cuatro, tal vez no se tomen demasiado en serio algo tan 'sencillo'.