Irene Reyes-Noguerol

Irene Reyes-Noguerol

@irenereyesnoguerol

Una de las 25 mejores escritoras jóvenes de habla hispana


Noviembre|"En el día de difuntos, memoria y frío van juntos"

19/11/2024

Asomada a la ventana, ves la vida pasar. Días grises, nubes bajas y un reloj sin dientes que derrama las horas con desgana, un tictac insomne. Atrás quedaron las voces amadas, los pasos perdidos de aquellos fantasmas que solo habitan en la memoria, tan lejanos a veces que se vuelven transparentes, tan cercanos otras que oyes sus susurros fríos. Sus rostros enmarcados por todas partes: en las paredes, en la mesa, sobre el aparador de roble. Niños de comunión, soldaditos, novias de blanco o negro, muy erguidas en sillas sobre las que se apoyan los maridos recién estrenados, hieráticos como esfinges, siempre los mismos rostros de circunstancias. 
Qué fue de ellos, en qué universo laten. Muertos, ausentes, lejos. Imágenes en sepia.
Y qué será de ti que te quedaste sola en este salón en penumbra, donde ya no se oyen los trinos del canario ni el ronroneo del gato, el pecho oprimido por estos techos altos, por este suelo de losas oscuras, por este silencio que se expande y grita en los rincones. Este vacío.
Una sala enorme y la compañía de unos pocos muebles. La mecedora de las tardes de verano en las que tomar el fresco era una excusa para la cháchara alegre. Una alacena adornada con cortinillas de encaje que amarillean. Y esa mesa camilla que trae nostalgias de tertulias invernales, los pies calentándose alrededor del cisco, cuando la alhucema perfumaba el carbón y se contaban los cuentos del Sacamantecas o la media lunita. 
Quién te habría dicho entonces que el hogar que te vio reír de niña acabaría aplastándote con el peso de las ausencias. Dónde ahora tus hermanos, -quetepillo, quetepillo-, las nanas dulces de tu madre, el vozarrón de tu padre, las caricias de tu marido. Pero, sobre todo, dóndedóndedónde tu hijo.
Miras sus fotos y no lo comprendes. Otro día más sin ellos. Y Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Otro día más sin él. La voz ronca, ya sin lágrimas. 
Sin padres, ni amigos, ni hermanos, ni marido. Sin Tu hijo. La última.
En el pueblo te felicitan porque vas a cumplir los cien. Van a hacerte un homenaje: el alcalde te dará una placa y te harán una foto en la mecedora, el rictus serio, la mirada ausente frente a una tarta que no probarás, la diabetes y el hartazgo de escuchar esas voces gritonas te fatigan. Te tratan como a una cría: qué guapetona estás, Juanita, nos vas a enterrar a tós. En el periódico local hablarán de ti: «La hermosura de una vejez serena», dicen los titulares. Una burla absurda. Como si además de vieja fueras tonta. Como si no supieras que la muerte asoma a tus ojos. Y les da miedo.
Si hasta tú le temes al espejo. Mujer vértice, puro ángulo, hueso y pellejo. Y dos manos artríticas, manosgarra que un día te convirtieron -puntada va, puntada viene- en la bordadora mejor pagada del pueblo, cuando los dedos ágiles volaban tejiendo ajuares y esperanzas sobre bastidores en los que las iniciales de los novios se mezclaban con flores pastel.
Se acaba tu fiesta que es la suya. Se marchan con su algarabía de loros y su tarta. El silencio se adensa, casi se puede tocar. Un trueno sordo sobre el pecho y el tictac del reloj. 
Hacer algo, hacer algo para no volverte loca. Revisar esas macetas que languidecen sobre el alféizar de la ventana; la niña comechicles que te asignaron los de Dependencia se ríe de tus consejos, la oyes murmurar vieja maniática cuando le dices, cada jueves, que las está ahogando con tanta agua. Y míralas ahora, mustias, marchitas, si más sabe el diablo por viejo... 
Asomada sobre ellas, ves pasar la muerte. Noviembre, mes de difuntos, recuerdas. Tras el cristal, el tantán melancólico de las campanas, un ataúd, una fila larga de dolientes, sus caras tristes o circunspectas. Empiezan a abrir los paraguas, está chispeando. No conoces a nadie. Los tuyos se fueron antes.
Descansan arriba, en el cementerio alto. Unidos bajo los pinos escuchan caer la lluvia sobre las tumbas, un repiqueteo suave los acuna. En paz.
Allí deberías estar, allí quieres estar. Pero Dios se ha olvidado de ti.

#TalentosEmergentes