Se habla mucho de Soledad. Últimamente se habla mucho de ella. Se programa una ofensiva contra ella, se la teme, se la esquiva, se la estudia con la lupa de la ciencia. Se moraliza, se pontifica, se adjetiva de mil maneras. Pero ella no dice nada, no se queja, no se esconde, no tiene prisa. Sabe que cumple con lo suyo, que tienen su propia vida, que es eterna mientras viva. A veces sale por la umbría, se acerca a la tienda de la esquina, compra un chusco, cuatro cosas, le sobra una. A veces olvida que va en zapatillas, las gafas de cerca, la cartera. El móvil sabe usarlo, pero está sin batería, wasap no tiene, ni radio. Antes tenía una, murió de obsolescencia. La tele la prende y olvida apagarla, no oye su bullicio, la adormila, pero al viejo sillón le han crecido espinas, y el frío la despierta a deshoras. Qué más da si no tiene nada que cumplir, con nadie queda, nadie viene a verla. Hace sol, intentaría salir, pero le duele la espalda, le cruje una rodilla. Se acerca a la nevera, hay media lechuga, tres huevos, una lata de sardinas abierta, un cartón de leche, una morcilla entera, no hay cervezas, ¡aquellos días de vino y rosas!, ¿de quién era esa poesía? Esa es otra, la desmemoria, la alacena está oscura, se ha fundido la bombilla y no encuentra las palabras. Soledad fue poetisa, musa, diva, ahora no recuerda más que aquella de Espronceda.
El día ha amanecido con sol, duda si salir, ¿hará frío? Retira el visillo, da a un patio de vecinas, las insulta, ¡son unas cotillas! Se prepara una tisana, tiene que haber galletas, margarina, mermelada, sacarina. Desayuna sola, sola come, no merienda, cenar solo si está despierta. Tendría que cambiarse de ropa, de rutina, salir al sol, hablar con alguien, ir a la peluquería. Al cine, sola, le daría vergüenza. ¿A la iglesia?, para qué, si ella nunca fue de esas. Una vez intentó ir a una conferencia sobre la soledad, en la tienda había un cartel, ¿qué sabrá esa? Otra pensó viajar, pasó por delante de una agencia, ¿a dónde iría? Cerca abrieron un gimnasio, tendría que… pero antes tendría que mirarme la rodilla. Al regresar a casa, en la tele había un documental de naturaleza: con ese dinero compro una tele nueva y amplío el horizonte de mi vida. Antes también leía, no era tonta, pero ya no lee, así no sufre, se conforma, ya no teme a la soledad, le da más miedo arriesgarse a la compañía. No era tonta Soledad, pero ya, hay días que…, ¡esos días que sobran!, piensa en acabar de una vez esa poesía.