No hay semana sin un titular de violencia sexual ni película o serie que se precie sin escenas de sexo, Y, sin embargo, yo creo que hablamos poco del tema, aunque depende de edades y generaciones. De una España que equiparaba sexo con pecado hemos pasado a un país con amplia libertad. Pero que el sexo sigue siendo una asignatura pendiente lo prueban los múltiples delitos y la peligrosa iniciación a la vida sexual de muchos jóvenes.
No dudo que la clave reside en la educación, tanto en la escuela como en la familia. Yo recuerdo cierto pudor para abordar el asunto en casa, e incluso desear que me tragara la tierra ante cualquier pregunta atrevida. Pero hoy estamos en el otro extremo, con toda clase de (des)información en internet, redes sociales y no digamos en la pornografía. Qué diferencia entre las fábulas de fertilidad que nos contaron y esas imágenes violentas y repugnantes, tan lejos de la realidad.
La Iglesia Católica prohibió secularmente los placeres de la carne sin la bendición matrimonial y orientó la sexualidad a la reproducción. Tal fue la educación de millones de españoles/as, centrada sobre todo en la castidad femenina y en la prevención de embarazos. La virginidad era un trofeo que la mujer debía ofrecer al esposo y, de no hacerlo así, era una chica 'fácil', una presa a conseguir por españolitos sin más información que sus propios instintos y las charletas con los amigos.
Cuento todo esto para subrayar la diferencia con la sociedad de hoy y, sobre todo, con el concepto de sexualidad que manejamos. Los anticonceptivos significaron un enorme avance para una relación libre, responsable, placentera e igualitaria, principios que en 1990 ya recogió la LOGSE con la ESI (Educación Sexual Integrada). Pero lamentablemente nunca ha sido una asignatura obligatoria, con lo cual todo depende de la voluntad y de los medios de cada centro. Hay que reclamar una educación que comprenda los aspectos emocionales, físicos y éticos de una relación, sin olvidar la diversidad sexual, amparada por la ley y refrendada por la realidad.
Porque es evidente que algo falla y que debemos hablar más de un tema que en parte sigue siendo tabú. Hablar en casa, en el aula, entre nosotros (parejas incluidas), en talleres, en ciclos de cine, en tertulias. ¿Piensan que exagero? Pues que levante la mano el que no tenga absolutamente nada que decir ni que preguntar.