Si algo me ha impresionado en relación con la catástrofe que ha afectado a Valencia, aparte del nivel de destrucción provocado, el sufrimiento de las personas y las actuaciones negligentes, interesadas y cobardes de ciertos políticos, ha sido la corriente de bulos y desinformación que este suceso ha desatado, principalmente en las redes sociales, aunque tampoco se han librado otros medios más convencionales. Lo más preocupante es el alcance y la penetración que esas informaciones falsas están teniendo en la población, tanto que ni la realidad más fehaciente es capaz de convencer a demasiadas personas de que son víctimas de una intoxicación informativa.
No pensé que llegaba a tanto hasta que escuché en la terraza de un bar la conversación de un grupo nutrido de treintañeros, hombres y mujeres. Hablaban sobre el párking inundado del centro comercial donde los bulos decían que había cientos de muertos. Ya se había confirmado que no era así, incluso el general jefe de la UME había hecho declaraciones al respecto, pero ellos seguían hablando de camiones frigoríficos, de que el gobierno había sacado a escondidas los cadáveres y afirmaban, con convencimiento, no creerse nada.
Cada día más agitadores aprovechan, especialmente estas desgracias, para manipular difundiendo mentiras que, a poco que uno piense, analice y razone no se sostienen. Lo preocupante es que cada vez menos personas parecen hacerlo, en una sociedad que usa cada vez más, o únicamente, las redes para informarse. Quién puede creer que el estado de un país democrático sea capaz de semejante maniobra o, para los que ponen en tela de juicio la democracia, cómo alguien puede pensar que sea materialmente posible, con decenas de cámaras de TV y reporteros rodeando el lugar que nadie se dé cuenta de que algo así está sucediendo o que rescatadores, voluntarios y vecinos allí presentes puedan estar en el ajo para encubrirlo.
Este clima de mentiras continuas y medias verdades retorcidas en el que vivimos, sin que nadie haga nada para ponerle freno, está logrando confundir a muchos que parecen no poder distinguir entre la verdad y la mentira, lo que es muy conveniente para que algunos los manejen a su antojo y también muy dañino para toda la sociedad. No puede quedar impune ni salir gratis.