Tal y como establece nuestra Constitución, los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Sin embargo, su actividad nos frustra como ciudadanos debido a sus altos costes, mal funcionamiento y malos resultados. Entre sus filas hay demasiados que entienden que su función consiste en vivir del cuento y, si pueden, forrarse. Estas gentes son las células que generan el cáncer social. Si se multiplican, nos llevan directamente al ocaso, por sus ideas y, sobre todo, por sus prácticas.
Con sus promesas vacías y sus conductas fraudulentas, indolentes e incompetentes, consiguen dejarnos sin recoger el fruto colectivo del trabajo de millones de personas al malgastar, sacar de la circulación o desviar miles de millones a intereses privados, en detrimento de los intereses públicos. Con sus actos corruptos consiguen que dudemos del buen funcionamiento de las instituciones y de la integridad del personal encargado de la cosa pública, haciendo que perdamos nuestra credibilidad en el sistema político. En definitiva, estas gentes alimentan el descrédito de las instituciones, incrementan la desafección de los asuntos públicos y deslegitiman el sistema, que es en lo que estamos. Es vergonzoso que con sus sueldos, privilegios y honores incumplan las normas que ellos mismos hacen, e ignoren que tienen la obligación de dar buen ejemplo.
Hay que exigir a los partidos políticos que se autocontrolen. Que jurídicamente regulen multas ejemplares para la organización política que le ha dado el cargo al falsario de turno. Quizás logremos que cumplan con sus promesas electorales y mejoren el proceso de selección del personal que nos representa y gobierna. Puede que encuentren la regeneración democrática que tanto buscan y, sin duda, lo agradecerán las arcas públicas.