La inmunoterapia constituye una de las armas más promisorias en la lucha contra el cáncer. El sistema inmunológico es el encargado de identificar y destruir células patogénicas o anómalas y las células cancerosas lo son. La clave para la identificación de células aberrantes, bien porque sean ajenas al organismo o porque hayan experimentado cambios que las tornen peligrosas, es la presencia de ciertas moléculas en su superficie, denominadas antígenos. Estos antígenos son reconocidos por los linfocitos T en el primer paso encaminado a la destrucción de las células que los presentan.
El fundamento de la estrategia para utilizar linfocitos T en la lucha contra las células cancerosas es conseguir que reconozcan antígenos propios de las células tumorales a combatir, para que después el sistema inmunológico las elimine. La gran ventaja de esta metodología es que es selectiva, al contrario que la quimioterapia o la radioterapia, que destruyen células cancerosas y células sanas por igual. Para conseguir dicho reconocimiento es preciso identificar antígenos propios de las células tumorales y manipular los linfocitos T mediante ingeniería genética para que expresen receptores de superficie que reconozcan dichos antígenos.
Un tipo de linfocito T manipulado que se está utilizando profusamente es el CAR-T, de las iniciales en inglés de receptores antigénicos quiméricos. Para obtenerlos se aíslan linfocitos T normales del paciente, se modifican genéticamente para que expresen el receptor adecuado y después se reintroducen en el entorno tumoral. Su utilidad hasta ahora se había limitado a las leucemias, pero el 13 de noviembre Nature publicó un estudio en el cual se informaba del éxito en el tratamiento de varios tumores cerebrales mediante linfocitos CAR-T. La mayoría de los pacientes mostraron una reducción considerable del tamaño de los tumores, la cual ha continuado en el tiempo, confirmando así la eficacia de la metodología no sólo en cánceres de la sangre sino también en el tratamiento de tumores sólidos.
Resulta paradójica la buena acogida dispensada a los tratamientos consistentes en la administración de células modificadas genéticamente, en contraposición a la mala fama que perjudica a otros transgénicos, sobre todo aquellos utilizados en agricultura.