En el verano del primer estado de alarma de la pandemia, cuando ya se nos permitía cruzar fronteras provinciales, cogí un vuelo a Melilla, mi ciudad de acogida. Desde que me mudé allí hace diez años, cada vez que piso ese suelo que siento como mi casa me falta tiempo para todos los planes que me proponen. Llamé a esas dos amigas con las que hago un trío inseparable por el tiempo, la distancia o los estilos de vida dispares. Veníamos de estar meses encerradas y sólo queríamos estar tranquilas (y juntas).
Nos fuimos a la playa con nuestras sillas y una sudadera. Nos pusimos en un zona distinta a la habitual y empezamos a contar todo lo que habíamos pasado en los últimos tiempos de película de terror. Nos reímos hasta llorar y nuestras lágrimas de angustia se terminaban a carcajadas. Se iba apagando el día y nosotras nos fuimos quedando solas en la oscuridad, como queriendo recuperar el tiempo perdido.
Sonó un golpe seco y unos pies corriendo. Luego llegaron las sirenas de la Policía Nacional. Éramos testigos de cómo un chico de nuestra edad acaba de saltar la frontera marroquí de nuestra espalda y cómo huía por el paseo marítimo a escasos metros de nuestro shock en la arena. Cuando aterrizó perdió sus zapatillas, que eran el único vestigio que demostró lo que vimos. Pienso mucho en ellas. Estoy segura de que mis otras dos cómplices, también. Aunque no hablemos del tema porque no sabemos cómo desentrañar tantas capas de lo que vivimos.
He pensado de nuevo en las zapatillas esta semana, cuando una madre escribió una carta desgarradora para el funeral de su hijo de cuatro años, al que subió hace doce meses a una patera en el Sáhara Occidental para que llegara a España. Perdóname, yo sólo quería que cruzaras la frontera y fueras a la escuela, escribía la madre.
Pienso en esas zapatillas negras, en su dueño, en su carrera adelante y el mundo que nos separaba cuando nuestras vidas coincidieron. En si su madre también le apoyó a arriesgar su vida, en si lo consiguió o no, en si yo pudiera haber hecho algo más que quedarme en silencio en la arena.