Llegados a este momento casi todos nos habremos pasado un poquito con las copillas en una cena con amigos, visitado y revisitado la bandeja de turrones que sobró de la cena de Nochebuena, desayunado sobras de entremeses variados, superado el límite anual de mayonesa casera con la excusa de untar un langostino y corrido los 100 metros lisos huyendo de la báscula que amenaza con partirse en dos bajo el mueble del baño. Todo bajo el plan previsto de cada Navidad. Pero hay otro exceso que nos pilla por sorpresa y que te dobla más que una Nochevieja con garrafón: los sobrinos.
Tú vives tu vida feliz y tranquila en una casa ordenada, con los medicamentos a mano, esquinas, silencio, el calor de una rutina previsible y reconfortante, una existencia zen. Y de repente aparece un torbellino incansable de emociones que no te deja nunca en paz. Nunca. En. Paz. Y lo peor es que son ideales, y te derrites por dentro con cada carita que ponen, cada abrazo que te dan, cada baba que te plantan en la cara, entonces haces lo que todo tío ha hecho desde el principio de los tiempos y consientes y se te suben por encima y juegas al escondite y compras Roscón de Reyes para merendar, pierdes tu intimidad en el cuarto de baño, aprendes a montar Legos y te embriagas con el olor a muñeca nueva y todo te da vueltas.
Ahí ya no hay vuelta atrás, has llegado al punto de no retorno, vuelves a tu casa silenciosa donde todo está en su sitio y te sientas en tu sofá de color clarito sin funda protectora y te quedas con la mirada vacía en un punto fijo con una sensación que no sabes si es de calma, alivio o puro aburrimiento, estás agotada pero no has ido al gimnasio.... tienes la temida resaca de niños.
Lo bueno es que tiene solución, y no es el ibuprofeno, es el libro de Los Cinco de Enyd Blyton que has metido de contrabando en la maleta, el mismo que empezaste a leer en alto para que se durmieran, y al que no hicieron ni caso, pero al que te has enganchado sin remedio y te mueres por terminar de leer porque no te acuerdas de dónde estaba el tesoro escondido en la isla de Kirrin.