Cada vez que oigo que una mujer está empoderada busco algo nuevo en nuestro firmamento que verdaderamente haga realidad esta afirmación. La vida cotidiana y las obligaciones que nos imponen y nos imponemos las mujeres en nuestras vidas, sin saber muy bien por qué, me siguen negando este poder que dicen hemos conquistado.
Me explico; hasta la fecha, sigo comprobando cómo las mujeres continuamos llevando vidas imposibles, compatibilizando trabajo, estudios, vida social, gestión de la casa, niños y, por supuesto, todo ello sin dejar nunca de estar monísimas de la muerte y sin olvidar, ni por un solo instante, que nuestro objetivo prioritario, hoy en día, es alcanzar un reconocimiento y promoción profesional muy superior a la de los compañeros masculinos.
Con este panorama, sigo sin entender por qué en las rupturas de pareja, seguimos sin optar porque sea el otro progenitor el que se quede con los adorables pequeños; es el momento de recuperar parte de nuestra vida y que sea el otro el que asuma, en un porcentaje más equilibrado, el cuidado y responsabilidad que conlleva la paternidad.
Veo, sin embargo, como a las mujeres en general nos entra el no sé qué, y haciéndonos las fuertes, peleamos hasta la extenuación para que los niños se queden con nosotras a jornada completa. Es en estas situaciones, cuando veo lo poco que hemos avanzado y compruebo que, a pesar de ser mujeres magníficas, seguimos sumidas en los prejuicios sociales y en los roles que se nos han adjudicado desde niñas. También es cuando siento que muy lejos de empoderarnos, seguimos atascadas en un papel imposible y por el que no nos van a dar nunca el Óscar.
En el instante en que podamos manifestar con absoluta normalidad que optamos y elegimos otra opción que no es la establecida y que, al igual que los hombres, empezamos a priorizar nuestra libertad de elección frente a todo aquello que se espera que hagamos, es cuando podremos decir que estamos empoderadas, y por fin nuestras decisiones nacerán desde la libertad y no desde la silenciosa imposición de una sociedad cada vez más intolerante con quien piensa diferente.