Pocas cosas hay más sentidas que los colores de un equipo o la admiración por un atleta sobresaliente. En torno al deporte hemos creado una ficción de positividad, de valores y principios que, como el misterio de los Reyes Magos, fingimos creer, aunque cada vez cuesta más.
Muchos sociólogos han analizado el deporte como una forma de reconducir la agresividad y violencia -no de suprimirlas-, y describen los espacios deportivos como ámbitos de hondo sexismo. Estas aristas no empecen para que, a su vez, el deporte sea, sobre todo, un reducto de identidad.
Suele decirse que los colores del club están por encima de ideologías políticas, lo que, cuando menos, es una verdad a medias. Hay clubes que son auténticas sucursales nacionalistas, ya sean centralistas o periféricas, con toneladas de carga ideológica. Hitler vendió su supremacismo ario en las Olimpiadas de 1936; Franco enmascaró el ostracismo del régimen con su Real Madrid; la criminal Junta Militar argentina de Videla trató de blanquearse con el Mundial de Fútbol de 1978. También hay casos admirables, como el uso del Mundial de Rugby de 1995 para la reconciliación nacional en Sudáfrica. Y hay grandes gestas y gestos, Jesse Owens en Berlín 36, los atletas negros norteamericanos levantando el puño en las Olimpiadas de México 68, o quienes hincaron la rodilla en sus estadios con el black lives matter.
El deporte sí es política. Es inevitable. Así lo entendió Argentina cuando venció a Inglaterra en el Mundial de México de 1986, vivido como revancha por la derrota de Las Malvinas. ¿Qué fueron sino política los boicots a las Olimpiadas de 1980 y 1984?
Pero seguimos pensando que el deporte son valores, inspiración, superación, identidad. Por eso, ver a Rafael Nadal convertido en embajador deportivo de Arabia Saudí es una puñalada en todo el corazón. Porque no es que vaya a jugar allí esas tristes pero millonarias ligas, cada vez más denostadas, es que es 'embajador'.
La pasta manda y los valores se encogen hasta desaparecer. Lo de Nadal no es peor que la sinvergüenzada de la Supercopa, jugada en Arabia Saudí, o quienes visten la camiseta nacional teniendo su residencia fiscal fuera de España.
Pero como es deporte, no quiero olvidar los valores de Arabia: sus torturas, asesinatos, explotación, machismo brutal, racismo y clasismo, fundamentalismo religioso, amén de ser grandes perjudicadores del medio ambiente, del nacional y del internacional. Un asco.
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