Les sobran los motivos, como diría Sabina, y los tractores, añado yo, para hacer fuerte y notoria la reclamación de sus derechos. Por eso las movilizaciones de los agricultores y ganaderos guardan el mismo aire romántico de las protestas del siglo pasado. Sin embargo, sus exigencias a la Unión Europea, al Estado y a la Junta de Castilla y León se refieren al nuevo milenio, cuyas últimas crisis han puesto en evidencia que la Política Agraria Comunitaria es una herramienta de sílex frente al armamento pesado de la globalización y el libre mercado.
Sector clave de la economía, la despensa europea adolece, además, de ciertos problemas que, al margen de la exigencia de protección para los productos nacionales y de la mejor regulación de los fondos de la última PAC, no están siendo abordados con soluciones eficaces por ninguna de las administraciones competentes, como afinar la aplicación de la Ley de la Cadena Agroalimentaria para que proteja eficazmente a los pequeños productores frente a la gran distribución; reducir y simplificar la burocracia y los trámites administrativos que conlleva la hiperregulación del sector; la adaptación de los seguros agrarios a la situación estructural que supone ya una meteorología adversa provocada por el cambio climático; poner coto a la especulación en la compra de terrenos agrícolas desde fuera de la actividad; o la falta de apoyo para facilitar y propiciar el difícil relevo generacional, entre otras cuestiones.
En Europa, el 2% de la población activa pertenece al sector primario; el 3,7% en España; y el 4,1% en Burgos. Pero más allá de un porcentaje, los profesionales del campo son los guardianes de la principal actividad económica, en ocasiones la única, de un territorio, el rural, al que las diferentes administraciones han ido sucesivamente dando la espalda, despojándolo, primero, de sus moradores; y como consecuencia de ello, de la iniciativa privada y de los servicios públicos esenciales que les daban cobertura. No son muchos, pero sí son muchas las razones por las que se han levantado y mucha la incomprensión de una sociedad urbanita que aún no se ha dado cuenta de que sin ellos su aparentemente buena calidad de vida vale muy poco.