Hay imágenes, relatos y anécdotas de las que uno no forma parte, pero a las que pertenece para siempre. Entre las mías, una me acompaña desde que era pequeña, desde noviembre de 1985. Es la de la niña colombiana Omayra Sánchez, quien falleció como consecuencia de la erupción del volcán Nevado del Ruiz tras pasar tres días atrapada entre los escombros de su casa, y a quien el mundo entero acompañó en sus últimas horas de vida. La agonía, pero sobre todo la dignidad de Omayra, puso en evidencia la incompetencia de las autoridades locales para llevar a cabo una evacuación que habría salvado a las más de 23.000 personas que perecieron en el siniestro.
Irremediablemente, las inundaciones de Valencia me han hecho regresar a ese momento de hace 39 años en el que medios de comunicación de todo el planeta informaron de aquel desastre natural que, como en mi caso, imagino que se quedó en la memoria de millones de personas a través de la historia de una adolescente colombiana cuya vida estuvo apagándose ante los ojos de todos durante tres días, con cada una de sus horas y sus minutos.
Mi recuerdo eterno de Omayra y la catástrofe del Nevado del Ruiz se debe al periodismo. Al auténtico periodismo que hizo del suceso la TVE de entonces, abordando, de forma profesional, la desaparición de los miles de seres humanos que allí murieron. Desde la sensibilidad y el respeto. Desde la subjetividad de los hechos y la objetividad de los datos. Desde la verdad o, al menos, desde el extremo más cercano a la verdad que les era posible.
A las muertes y la rabia; al agua y el lodo; a los escombros y la chatarra; a la incompetencia política…, en Valencia hay que añadir la desgracia de no haber logrado que el periodismo profesional acallara los bulos, las noticias falsas y la frivolidad de las redes sociales.
Por ello, de entre todas las justicias que el tiempo tendrá que rendir a las víctimas de Valencia, la del recuerdo de lo acontecido de los que asistimos a la tragedia desde la distancia será, probablemente, la más difícil de llevarse a cabo.
Regresar en esta columna a Omayra Sánchez es un tributo personal y profesional a las víctimas de Valencia y al daño añadido que les pueda haber hecho la ausencia de periodismo.