Como en el caso de todo lo que rodea a la leyenda del Cid, sabían que era una reliquia tan falsa como una moneda de nueve maravedíes. A pesar de ello, la Junta de Castilla y León adquirió en el año 2007, por 1,6 millones de euros, una de las dos supuestas espadas de Rodrigo Díaz de Vivar. Desde entonces, una bayosa del siglo XV, calificada como la supuesta Tizona del Campeador, pasa no muy advertida para los no muy numerosos visitantes del Museo de Burgos, desde que allí la depositara la no muy preocupada por el asunto Consejería de Cultura.
Pero que el origen de la Tizona que se encuentra en la Casa de Miranda sea tan dudoso como el de los restos del súper héroe medieval que se alojan en la Catedral de Burgos, no es lo verdaderamente importante, al menos no tanto como el poco interés y la nula imaginación que, desde su adquisición, se dedicó a su promoción como reclamo turístico. Por ello, escuchar al gobierno municipal volver a recurrir a la figura del Cid para apelar a la rentabilidad cultural de la ciudad me causa tanto asombro como incredulidad.
Y no es que no comparta con la nueva alcaldesa que el protagonista del cantar de gesta más importante de la literatura española es el burgalés más reconocido dentro y fuera del país, pero confiar en que el Ayuntamiento vaya a ser capaz de lograr del Cid los beneficios económicos que, por ejemplo, ha logrado de Don Quijote la comunidad de Castilla-La Mancha, es mucho confiar.
Como cualquier personaje de leyenda, el mito del Cid tiene tanto potencial como el talento y el presupuesto que se le otorguen, y lo mismo puede servir de referencia para denunciar la violencia de género por el novelesco episodio de las violaciones a sus hijas Doña Elvira y Doña Sol, víctimas de los Infantes de Carrión; como para la construcción de un Jardín Botánico que recoja todas las especies de los territorios por los que cabalgó Babieca. Estoy esperando sorprenderme.
Deseo, de verdad (y mientras escribo estas palabras elevo mi mirada al cielo), que el bipartito municipal sea capaz de aplicar a los intereses de la ciudad la mitad del ingenio real del guerrero con el que tanto aspiramos a identificarnos, y superar, de esa forma, nuestro hasta ahora inevitable destino de vasallos, cofres vacíos y destierros.