Si no fuese tan escéptico respecto a la condición del político patrio, me hubiese sorprendido la noticia del fichaje interruptus del exministro de Consumo Alberto Garzón por un lobby que asesora a Marruecos y a la patronal del juego. El escándalo que le montaron sus camaradas del ecosistema de izquierdas en redes sociales fue de tal calado que el dirigente comunista tuvo que cambiar de opinión y olvidarse de la jugosa nómina que le ofrecía Acento, la consultora montada por el exministro del PSOE José Blanco y el exministro del PP Alfonso Alonso. No es el caso del ministro de Transportes, Óscar Puente, que en su perfil de Twitter ya ha dejado claro lo poco que le importará a él que le critiquen si acaba en una puerta giratoria: Hay que cobrar poco. Pedir perdón todo el día por ser político. Soportar insultos e intromisiones en la vida privada. Si eres de izquierdas, a más a más, padecer todo tipo de bulos y calumnias. Y después buscar trabajo en algo que no tenga la menor relación con lo que has hecho, escribía el exalcalde de Valladolid.
A pesar de esa reflexión del político pucelano, el personal no se puede olvidar que Garzón hizo carrera agarrado a la demagogia y reprochando a otros que se aprovecharan de los privilegios que él pretendía ahora disfrutar. Vamos, que ha probado de su propia medicina.
El ex coordinador federal de IU dice que él cree en una izquierda menos prejuiciosa e inquisitorial y que se siente frustrado después de tantos años dejándose la salud por un proyecto colectivo.
Vamos, que le gusta, como a todos, la buena vida. Al menos, eso sí, no ha recurrido al tópico de 'cabalgar las contradicciones'; eso que tanto practica su excompañero de botellines Pablo Iglesias.