Llevaba botas blancas y tuvo la mala sombra de tener al Buitre por delante y a un chiquillo que se llamaba Raúl por detrás en el Madrid. Llenaba carpetas de quinceañeras en el colegio cuando jugaba en el Betis y nos hizo más felices que nadie, antes que Torres en Viena, con el gol a Yugoslavia en Brujas. Porque hace no demasiado Yugoslavia jugaba toda junta y pasar de grupos era todo un logro. Hoy es un apestado. Ha entrado de golpe en el grupo de los fascistas, machistas, retrógrados y cayetanos.
Alfonso Pérez, Alfonsito, le dijo a Iñako Díaz Guerra en El Mundo que el fútbol femenino no podía equipararse al masculino y nunca lo haría. Con eso es suficiente para que la maquinaria de la ponzoña que supone ir a contracorriente del buenismo ilustrado se ponga en marcha y se cumplan los pasos necesarios para que uno esté en el punto de mira para los dictadores de la moral y la Santa Inquisición. Torquemadas sin nombre y apellidos que manejan a su gusto las opiniones públicas y consiguen que uno quede señalado para los restos.
Alfonso es machista para la alcaldesa de Getafe y el presidente del club de la ciudad dormitorio, y por ello hay que quitarle el nombre a su estadio después de ver como la turba fascista, pero fascista de verdad, lincha mediáticamente a un tipo que lo único que ha hecho es dar su opinión. Se llama cultura de la cancelación, lo practican unos y otros y nos acompaña a diario, aunque no nos demos cuenta.
Se linchan opiniones de hoy y de ayer. Se veta a Lorca o Miguel Hernández, se crucifica a Alfonso o se dice que Picasso fue un asesino por ir a los toros. Está presente en medios de descomunicación y ayuntamientos. En actos culturales y deportivos. Han conseguido que nos pensemos las cosas dos veces antes de decirlas y que retrocedamos cincuenta años en un derecho fundamental. El derecho a la libertad de expresión.
Nunca, jamás, en casi medio siglo de democracia, ha habido tan poca libertad para que uno diga lo que piensa. Nunca, en este tiempo, uno ha tenido tanto miedo a decir lo que le apetezca, ni ha tenido miedo a la flagelación que el fascismo disfrazado ejerce sobre quienes no siguen la corriente de peces muertos del río. Alfonso ha perdido el nombre de un estadio que los vecinos de Getafe votaron. Otros pierden el respeto del resto e, incluso, el trabajo. El próximo puede ser usted. O el que escribe. Y para nosotros, seguro, no habrá amnistía que valga.