Ferraris a pares, billetes de 500 exhibidos con fanfarronería, pisos pagados a tocateja en Benidorm, una marisquería como centro de operaciones, patrimonios que se multiplicaban como los panes y los peces, puestos en consejos de administración (públicos, claro) que 'no exigen excesiva capacidad', un exportero de un club convertido en mano derecha de un ministro como protagonista… la historia lo tiene todo. Ni el puntito hortera le falta a la presunta trama. Vamos, que sería todo digno de Torrente, y que me perdone Santiago Segura, si no fuera porque, que algunos se llenen los bolsillos a manos llenas con nuestros impuestos, no tiene ni pizca de gracia. Y más sangrante aún, que todo esto sucediera mientras vivíamos atenazados por el miedo, las pérdidas, vitales y económicas, de una pandemia que creíamos sólo propia de los libros de historia. Desalmados.
Pero ¡ay! esos desalmados se han desenmascarado casi solitos. Alejados de la discreción, su afán de exhibicionismo, su falta de pudor, sus ansias de ostentación se han convertido en su peor enemigo. La cosa fue tan burda que levantaron demasiadas sospechas. Ay, ¡la avaricia! La avaricia rompe el saco. Los dichos populares no fallan, siempre dan en el clavo. Que anda que se conformaron con trincar comisiones más austeras, no, para qué andarse con chiquitas, ¡venga millones de euros! Tremendo.
Y entiendo la desesperación de los políticos por buscar mascarillas debajo de las piedras, en medio de un panorama desolador, angustioso como pocos, pero la poca diligencia con la que algunos parece que se mostraron a la hora de asignar cuantiosas cantidades del dinero de todos a determinados personajes, la verdad, es indignante. ¡Qué digo indignante, el asunto cabrea! Seguro que con su dinero propio se manejan con más cuidado y mimo, pero, claro, todo es más fácil cuando se dispara con la pólvora del rey.
Cabrea porque ese dinero bien podía, mejor dicho, debería haber tenido como destino causas más nobles, edificantes y necesarias como, por ejemplo, esa ley ELA que dos años después sigue en un cajón, para desesperación de 4.000 enfermos y sus familias, que claman por ella obligados a esperar un tiempo que, desgraciadamente, no tienen.
Sólo nos falta confiar en que caiga sobre los responsables todo el peso de la ley, y el de la vergüenza también, si es que la tienen. Aunque a estas alturas, con los detalles que vamos conociendo, miren que lo dudo.