Rocío Martínez

Pegada a la tierra

Rocío Martínez


Gracias, Rafa

14/10/2024

Les saludo desde otra página de nuestro querido Diario de Burgos. Esta mudanza 'columnística' me pilla en Chicago, donde mientras leen estas líneas, yo estaré intentando terminar el segundo maratón de mi vida. 

Tenía en mente dedicar a las bondades del running esta reflexión dominical, pero lo dejaré para otra ocasión, porque el jueves me desperté con ese suspiro de Rafa, mirada serena, labios apretados, fundido a negro y… como un bofetón sonaron las palabras que esperaba no llegaran nunca. «Me retiro del tenis profesional». Sí, sabíamos que llegarían, y no tardando mucho, pero a mí esas cinco palabras me entristecen, me duelen incluso. 

Ahora sí que sí es irremediable, dejaremos de disfrutar del para mí, en global, mejor deportista de la historia. Desde luego el mejor español. Y ¿como tenista? Ya sé que Djokovic ha ganado más, que Federer era más elegante, pero yo me quedo con Rafa. POR TODO. 

Muchas veces me preguntan quién es el deportista al que más admiro. La respuesta asoma a mis labios espontánea, instantánea, sin atisbo de duda, Don Rafael Nadal Parera. 

Porque su éxito, su valía, la admiración que despierta trasciende del deporte, va más allá de sus 22 Grand Slams, de las 5 Davis, las medallas olímpicas… Es también el cómo, lo que hay detrás de sus 92 títulos. Detrás de la gloria. El luchador indomable, el animal competitivo, el deportista que nunca se rinde, que no da una bola por perdida, levantando partidos increíbles. Impecable en la victoria, intachable en la derrota, perseverante en el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio, sin excusas, y mira que las ha tenido, acechado por las lesiones. Sólo él sabe de ese sufrimiento, de esa vida conviviendo con el dolor. 

Porque las lesiones llegaron a su vida cuando aún ni había ganado ese primer Roland Garros de 2005 inolvidable, el de aquel chaval melenudo, de camiseta verde sin mangas que, rebozado en la arcilla parisina, firmaba su primer tratado como rey de la tierra. Dudo que haya otro igual. Los franceses en los Juegos de París le pusieron a la altura del mito galo, Zidane. C'est ne pas facile.

Rafa es el caballero andante de la deportividad. Su apasionante y exquisita rivalidad con Federer es uno de los mejores ejemplos del deporte para la sociedad. Nunca dos rivales se respetaron, se quisieron incluso tanto. 

Nadal es la zurda de España. Ese brazo izquierdo que ni el mismísimo Miguel Ángel hubiera cincelado mejor, debería ser casi logo patrio. Nadal ha sido nuestro mejor embajador. Presumiendo de español, sin complejos. Con orgullo. Por eso representar a su país, va a ser el adiós que él ha elegido. En Málaga. Cerrando el círculo de aquella primera Davis en 2004 en Sevilla, donde ya se atisbaba en él que venía algo especial. Pero un fenómeno tan extraordinario era imposible imaginar. Qué suerte ser sus coetáneos. 

Y a la vez tan normal. He tenido la suerte en alguna ocasión de entrevistar a Nadal en persona. Impresiona su físico. Más aún su sencillez. Apuntalada por una familia que siempre se preocupó de que mantuviera los pies en el suelo. Su padre, su madre, su hermana, su mujer y su tío Toni han tenido un papel importantísimo en ello. A todos ellos mencionó en ese vídeo que nos rasga el alma, pero nos llena de agradecimiento y orgullo. 

Aunque para explicar a Rafa Nadal puede bastar una imagen, la suya, escoba en mano, limpiando el barro de Sant Llorenç tras la riada. 

Los deportistas son grandes influencers. Nadal es el mejor ejemplo. También Andrés Iniesta. ¡Menuda semana! Dos de las personas más queridas en España dicen adiós. Es ley de vida, lo sabemos, pero también que os vamos a echar de menos. Aunque aún nos quede el último baile de Rafa. Y para siempre su legado y el gol de nuestras vidas. Gracias, Rafa, y Andrés. Nos habéis hecho muy felices. Ahí es nada.