Se cumple este año el tercer centenario del nacimiento en la localidad burgalesa de Ciadoncha de Fernando González de Lara. Probablemente a buena parte de los burgaleses no les suene este nombre, pero si señalamos que fue el diseñador y director del Paseo del Espolón, quizá muchos comiencen a interesarse por tan singular arquitecto, el primero entre sus paisanos en quedar titulado por la Real Academia de San Fernando. Fueron la profesora Iglesias Rouco y el profesor Ibáñez Pérez quienes comenzaron a llamar la atención sobre este profesional, completándose el conocimiento de su personalidad gracias a las aportaciones de otros estudiosos que nos han permitido hacer crecer su valoración y comprender su importancia.
González de Lara fue el responsable de dotar a la ciudad de una nueva imagen, la de la Ilustración, superando el carácter medieval de su entramado heredado, encorsetado por la vieja muralla, abriendo la urbe a un río, el Arlanzón, al que desde 1786 quedó volcada, generando uno de los más bellos paseos españoles de finales del siglo XVIII. Pero este maestro fue también responsable de decenas de proyectos. Iglesias -como la de Huérmeces que remeda perfectamente el Panteón de Roma-, casas, mesones, teatros, puentes, etc. nos hablan de sus altísimas capacidades como diseñador y constructor de todas las tipologías arquitectónicas.
La Catedral fue también uno de los ámbitos de trabajo de este profesional, realizando no sólo intervenciones arquitectónicas sino también diseñando algunos de sus más singulares retablos de las últimas décadas del siglo XVIII. Por desgracia, la memoria de González de Lara a veces queda unida a su intervención en las tres portadas de la fachada de Santa María, trabajo de resultado no muy afortunado, del que tenemos que decir, en su descargo, que no fue el único ni el más importante responsable. Hoy, por fortuna, estamos en condiciones de poner en valor a este gran arquitecto que forma parte de la primera generación de maestros que superan el marco gremial y al que la ciudad de Burgos debe recuerdo y homenaje, aunque sólo fuera por su labor en el Paseo del Espolón que desde su construcción forma parte de la memoria sentimental de una ciudad que a lo largo de dos siglos y medio lo ha tenido como epicentro.