Para muchos burgaleses el Curpillos está unido a nuestra memoria sentimental de esas épocas en que acudíamos con abuelos y padres a Las Huelgas después del día del Corpus, en aquellos tiempos en que esta solemnidad se celebraba en jueves. Por cierto, hay ciudades que han sabido guardar esta tradición como Sevilla, Granada y Toledo y aún lo conmemoran en ese día que 'reluce más que el sol'. Pero volvamos al Curpillos. Buena parte de los niños burgaleses descubrimos la imponente mole pétrea de esa gran abadía a raíz de nuestra primera asistencia a los acontecimientos que, en esa luminosa mañana de viernes, se desarrollaban en torno al cenobio. Allí nos contaron el origen del monasterio, quiénes fueron sus fundadores, por qué un militar portaba un pendón arrebatado a los musulmanes, el significado de danzantes y gigantones y otras tantas cosas, en un ambiente de multitud en ese barrio en el que se asienta la regia fundación cisterciense. Una vez acabada la fiesta religiosa, teñida de resonancias históricas, la mañana terminaba en familia en el parque de El Parral, donde desde tiempo inmemorial tenía lugar la parte más lúdica, aunque sabíamos que lo verdaderamente importante se había producido antes.
Este año, por primera vez y por motivos de intervenciones de mejora en El Parral, se ha disociado geográficamente la celebración solemne y matutina de la más popular, quedando la primera sumamente deslucida. Una evidente falta de público en la procesión me hizo plantearme hasta qué punto no está ocurriendo que lo principal se va convirtiendo en anecdótico y lo secundario en principal. Mucho me temo que de separarse ambas partes de la fiesta la primera iría perdiendo importancia hasta quedar reducida a la mínima expresión. Creo que muchos de los jóvenes que acudieron a La Quinta no conocen el origen del Curpillos y lo que había sucedido en Las Huelgas. No me considero un rancio y también me gusta la expansión festiva y popular que rodea este acontecimiento, pero lo verdaderamente diferencial y que forma parte de nuestra identidad como patrimonio inmaterial, más allá de su significado religioso, es lo que sucede en torno al monasterio, algo único que debemos mimar como miman muchas ciudades sus más enraizadas tradiciones.