Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Deseo y Felicidad

06/01/2025

Quedó segundo en la competición de vocablos más usados el primer día del año, la primera fue, de nuevo, Felicidad. Mas Deseo no se quejó, en el segundo escalón se sentó a esperar que Felicidad se engalanara para recibir su corona divina. Pero él, sabio en constancia, pasados los fastos, se limitó a observar cómo la reina iba perdiendo sus galas a medida que los días ordinales se sucedían. El timbre de sus vocales sonoras se fue opacando, su consonante primera perdió la mayúscula, su singularidad se hizo añicos, y la gran diosa Felicidad se quebró en las pequeñas felicidades de cada día. Pero el Deseo, siempre ocioso, perezoso y libidinal, se mantuvo en su estado natural, que es estar sentado en el segundo escalón de los corazones humanos, mientras las felicidades opalinas y humildes vagan por los días y sus noches esperando que la gran fiesta del año las reúna de nuevo para reinar única y con mayúscula

Lo que acaba de leer no es un cuento, es un hecho que se puede comprobar en cualquier diccionario. El deseo es una potencia que siempre está aguardando, sedente, conservando la energía que, convertida en impulso, en libido, como dicen los psicólogos, nos lleva a anhelar, echar algo en falta, necesitarlo e intentar conseguirlo. Si se cubren las expectativas nos sentimos satisfechos, y si es bueno, nos sentimos ufanos, y a eso lo llamamos Felicidad, o mejores felicidades, pues esa es la manera de mantenerla a nuestro alcance en términos realistas. 

Pero hay un deseo que nace de la indolencia y es hermano de la pereza, que llamamos desidia, que es anhelar algo, pero no hacer nada por conseguirlo, en cuyo caso sobreviene la amargura, se acumula la molicie, y se impide cualquier tipo de felicidad. Por eso son tan peligrosas palabras, como ambicionar, ansiar, codiciar, sobre todo si se acompañan de otra, intentar, que genera una sensación interior de tensión antes de hacer lo que nos hemos propuesto y culpa si no se ha hecho, que es lo más habitual. Claro que no hay nada peor que no tener ningún deseo, en cuyo caso la vida deja de tener impulso, y el pesado paso del tiempo se lentifica más allá de lo deseable, convirtiendo la vida en mera supervivencia. 

Por eso tiene sentido que, en fechas señaladas, nos enviemos los unos a los otros buenos deseos, pues en ellos se conserva la energía de la vida.