Entre las principales pruebas de fuego que hay que superar en el a veces demasiado corto puente por el que se cruza de la adolescencia a la edad adulta, se encuentra la primera relación sexual. Incluso diluida tierra adentro, jamás se olvida, y la persona con quien compartimos aquella primera vez nos acompañará, de alguna manera, durante toda la vida.
Al leer esta columna es probable que usted mismo esté recordando al chico o la chica con quien hizo el amor aquel día, el primero de una de las experiencias vitales más hermosas que puede llevar a cabo un ser humano. Porque el sexo es, por encima de todos nuestros actos más íntimos, el más bello, solo superado cuando el propio deseo sexual es cumplido con una persona a la que se ama.
El sexo es hoy por hoy uno de los temas más analizados desde todos los puntos de vista. Nunca se ha hablado tanto de sexo como ahora, trascendiendo los tradicionales ámbitos biológicos, religiosos y políticos desde los que en siglos anteriores se regulaba lo que era sexualmente correcto y lo que no, para ser abordado desde los prismas sociológico, económico, psicológico, matemático…, o gerontológico, por ejemplo. Del mismo modo, nunca como ahora también ha sido más fácil mantener relaciones sexuales. Sin embargo, esta revolución sexual que aparentemente nos ha hecho más desinhibidos y libres, no está exenta de ciertos riesgos que amenazan, precisamente, su verdadero valor.
Parte de esta devaluación proviene de haber convertido el sexo en un servicio más del mercado de consumo, y no me refiero a la prostitución, sino a todo lo que gira alrededor de él a cambio de una transacción económica, como aplicaciones tecnológicas, juguetes sexuales, pornografía, etc. Y, la otra, como consecuencia de la anterior, de banalizarse y alejarse cada vez más de todo su vínculo con el amor o, al menos, con el afecto.
Es obvio que el siglo XXI ha liberado al sexo de yugos y tabúes acumulados a lo largo de la historia, y que, como el título de aquella película de los noventa, no es necesario llamarlo amor cuando queremos decir sexo, pero lo cierto es que en los tiempos del low-cost, del prêt-á-porter y del usar y tirar es posible que confundir cantidad con calidad, pueda darse también en el sexo.