Este periódico publicó hace unos días una información que explicaba cómo, a veces (o casi siempre), las administraciones públicas son incapaces de hacer cosas incluso teniendo el dinero para llevarlas a cabo. La nota explicaba que el Ayuntamiento de Burgos (pero les pasa a todos) en 2023 solo gastó 26 de los 84 millones que tenía previstos para inversiones; los otros 58 se quedaron sin gastar y las cosas sin hacer, claro está.
El asunto va así: cada año se elaboran los presupuestos que incluyen los gastos normales de funcionamiento y las inversiones. Las inversiones son, digámoslo así, las obras gordas: que si levanto un centro cívico, que si reformo el parque de bomberos, que si construyo un carril bici... Los presupuestos son anuales y esas obras tienen que realizarse (o al menos adjudicarse) en el año. Pero sucede que, en muchas ocasiones, por cosas de la vida, la burocracia o incapacidades de todo tipo, esto no sucede y ni se empiezan, adjudican, licitan ni nada. De eso precisamente hablaba la información, de que el consistorio apenas invirtió un tercio de lo prometido, y eso que se supone que las inversiones se realizan porque hacen falta, no para pasar el rato.
Y a estas alturas, usted se preguntará, ¿y dónde va el dinero que no se gasta? Me encanta que me haga esa pregunta: esa pasta pasa al año siguiente, a una entelequia burocrática llamada «remanentes», que es básicamente, la caja grande del dinero. Ahí, se suma al dinero de los presupuestos del siguiente año, que tampoco se gasta más que en una pequeña parte y se suma a los del siguiente y así hasta el fin de los tiempos o hasta que una obra gordísima (puede también que absurda o innecesaria) se lo meriende todo.
Así que el Ayuntamiento, en lugar de invertir en la ciudad y realizar obras, tiene el dinero (los remanentes) en un plazo fijo, como un jubilado burgalés con buena pensión, que al 3% actual ya da un buen capital (que también va al montón). Ignoró si el concejal del ramo pasa por una oficina de «la caja» a principios de cada mes con la cartilla para ver lo que produce.
Mientras tanto, no se pueden cursar las peticiones de ayuda a domicilio porque no hay administrativos que lo tramiten o muchos proveedores (burgaleses con negocios grandes, medianos o mínimos) tardan la vida en cobrar. Porque, claro, son partidas, capítulos, apartados o subepígrafes distintos y, como dicta su majestad la burocracia, es imposible.
Estaría bien que, como anhela el dicho popular, el dinero fuese como los ajos, que para el año siguiente no valen porque se pudren. Igual así se ponían las pilas.
Salud y alegría.