Entre las incógnitas por despejar en el inmediato futuro, una de las importantes es qué decidirán los electores norteamericanos el 5 de noviembre: Trump o Harris. Un esquema binario sin matices. Uno u otra. Y tras despejar la incógnita, un montón de dilemas con diferente desenlace según quien sea el nuevo presidente de los EEUU durante los próximos cuatro años. Importante para los estadounidenses, pero también para el resto del mundo.
De Trump lo sabemos casi todo: sin duda un autócrata caprichoso, capaz de cualquier cosa, que en un segundo mandato puede desbordar todos los guardarraíles de contención de una democracia tan compleja y experimentada como aquella. Por el contrario, de Kamala Harris sabemos mucho menos; apenas ha mostrado su carácter y convicciones más allá de un espectacular sonrisa. Harris apenas ha salido de California, ni ha ido más allá de una exitosa carrera de fiscal; su desempeño como senadora es corto y como vicepresidenta de Biden su hoja de servicios está casi en blanco.
Vamos conociendo a la candidata a medida que avanza la campaña, de forma muy controlada; los demócratas son más conscientes que nunca de lo que se juegan y extreman la prudencia y la unidad del partido y protegen a la candidata sin tolerar desliz, aun a costa de la naturalidad.
Algo fuera de control (o no) en la entrevista (muy amistosa) con Oprah Winfrey esta semana pasada, Kamala dijo que dispone en su casa de California de un arma, una pistola, y que si alguien entra inopinadamente en su casa… «dispararía». En los EEUU una declaración de este tipo no llama la atención; es entendida y compartida por la mayoría, lo ven normal. En Europa no tanto. No son muchos los europeos con pistola en la mesilla dispuestos a utilizarla. La candidata matizó su comentario con un «quizá no debería decirlo», pero sin dar marcha atrás. Quizá incluso no se le escapó, sino que estaba calculada la respuesta para evitar confusión entre los que la consideran una 'paloma', poco determinada a tomar decisiones bajo presión.