De esto ya hemos hablado, pero es que la cosa no mejora: en la avenida Castilla y León los coches no paran en los pasos de cebra, ninguno o casi, y lo que es peor, nunca se sabe cuál será, si es que es alguno. La situación es que, de hecho, es una especie de autopista camuflada en medio de la ciudad, una vía rápida en la que, si eres peatón, vas a tener un susto, o el corazón en la boca, todos los días. Asegurado. Si quieres atravesar la calzada, por cualquier punto desde el centro comercial Camino de la Plata hasta el fin del mundo, tienes que lanzarte al paso y confiar. ¿Confiar en qué? En lo divino y lo humano: en que el conductor te haya visto y, además, tenga pensado detenerse; en que los frenos del coche estén bien diseñados y ajustados y puedan contener esa máquina que circula puede que a 60, 70 o más kilómetros por hora; en que, si ese coche para, el que va un poco detrás por el otro carril imite su ejemplo y no te arrolle. Confiar en todo eso, cruzar los dedos o rezar si se tiene costumbre
Y, más allá de ser peligroso, una de esas situaciones te jode el día, así, un día de buen tiempo en que paseas (o haces tus cosas diarias) tranquilo por la ribera del Vena y sus alrededores. Te saca de un camino en paz cuando haces a un conductor el gesto con las manos (moviéndolas hacía abajo) para que afloje un poco lo velocidad y él frena en seco metros después y te dice, no muy amable, que qué pasa. Ni siquiera se da cuenta de que iba como un jabalí. Así es ese entorno, un ecosistema salvaje gobernado por la dictadura del coche.
Así que, vale, ya lo hemos hablado, pero es que sigue pasando y ya va siendo hora de que los responsables hagan algo, porque no hay nada más cutre, antiguo y viejuno que andar esquivando coches y jugándose la vida cuando uno camina por la ciudad. Que hagan lo que tengan que hacer: pasos subterráneos o elevados, represión policial-económica a saco con multas una de tras de otra, pérdida de puntos, inmovilización de vehículos o lo que sea (a estas alturas es descartable casi por completo tratar de concienciar por las buenas), o, llámeme loco, ¡poner semáforos!, aunque el tráfico sea menos fluido (merecerá la pena). Así sin más, se-má-fo-ros, rojo, naranja, verde; cuando te toca, pasas y cuando no, esperas. Sencillo, seguro y fácil de entender. Llámeme loco. Salud y alegría.